Las lecturas de este domingo nos ponen ante una preciosa meditación: la vanidad de todo lo que vemos a nuestro alrededor, en particular de lo que cada uno de nosotros posee y que llamamos "valioso".
Comienzan con ese dístico tremendo de Qohelet, el anónimo sabio que un buen día, en Israel, hastiado de una religión que se autoproclamaba "del Dios vivo", pero que no hacía más que medir la bendición divina con éxitos mundanos ("al bueno le va bien, tiene hijos y es feliz"), se alzó desde la asamblea (Ecclesía - Qahal) y puso a prueba hasta el fondo esa tranquila y adormecedora religión:
«Vaciedad sin sentido, dice el Predicador [Qohelet],
vaciedad sin sentido; todo es vaciedad.»
Aunque esta traducción litúrgica es más directa y expresa exactamente el significado de la expresión original ("´abel ´abelim"), lo solemos reconocer con más facilidad en su traducción antigua y muy difundida: "vanidad de vanidades".
Es un tema clásico de meditación humanística, ¿para quién atesora el hombre, si es apenas nada?, "sombra de un sueño" -llama Píndaro al ser humano, 5 siglos antes de Cristo-. Mientras que en el Macbeth de Shakespeare se dirá:
«La vida no es sino una sombra errante, un pobre actor que se agita y pavonea una hora en el proscenio, y luego ya no se lo escucha. Es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia, que nada significa...»
Qohelet dijo algo muy sensato, tal vez de lo poco sensato en el deprimente panorama de la religión conformista de su época; pero como puede verse, siglos antes y siglos después de Cristo, otros han encontrado cómo decir eso mismo tan sensato. Aun hoy nos hacen vibrar, nos llevan a pensar sobre el sentido de nuestra vida y en particular sobre el sentido del tener y poseer.
En realidad, si nos vamos a fijar, toda la cultura humana está llena de esta clase de meditaciones. Cité tres, una tomada de las lecturas de hoy y dos que me son especialmente queridas, pero desde el primer poema escrito que poseemos, el de Gilgamesh, hasta el lugar más común del más común de los funerales ("no somos nada") todo está lleno de esta percepción de la vanidad de todo, y en especial de las riquezas.
Tal vez no sea nada especialmente sabio darse cuenta de eso, y al cabo hasta pueda resultar tan adormecedor como cualquier otra percepción, en el fondo religiosa. Si en realidad todos ya tenemos sabido que las riquezas son vanas, que la mortaja no trae bolsillos, etc. El problema, en el fondo, no es saber eso, sino qué hacer con eso que sabemos. Podemos, por ejemplo, sentir en nuestro interior cierta desesperanza, pensar "comamos y bebamos que mañana moriremos", no me llevaré nada de lo que poseo, pero mientras estoy vivo y lo poseo, ¿quién me quita el goce, el disfrute, la felicidad concreta y sólo mía alcanzada, auqnue sea comiendo sólo un plato de arroz?
Si siguiéramos leyendo el libro de Qohelet, veríamos que el gran sabio llegó casi a esa solución: «Si uno vive muchos años, que se alegre en todos ellos, y tenga en cuenta que los días de tinieblas muchos serán, que es vanidad todo el porvenir.» (Qo 11,8). Es la solución epicúrea.
Podemos también aceptar lo que poseemos nosotros mismos como una necesidad vital, mientras exhortamos a los demás acerca de la vanidad de las riquezas. Es una variante un poco más cínica que la anterior, porque nos pone a nosotros mismos como medida de la posesión. He renunciado a todo lo que es sensato renunciar, y eso me hace hábil para enseñar a los demás el camino de la renuncia. ¡Ay ay! cuánto está de llena la predicación cristiana en este regodearse en el pecado "del mundo", que es una forma elegante de regodearse en la propia virtud.
Los más detallistas pueden haber notado que en la segunda lectura de hoy, la de Colosenses, se saltean 3 versículos. Ese salto, lo no-leído, nos puede ayudar mucho a entender la intención con la que fue puesto lo que sí leemos hoy. La lectura habla de los "bienes de arriba", y de lo que se le opone: "la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia, y la avaricia, que es una idolatría." Pues bien, dicen los tres versículos faltantes:
«...todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais entre ellos. Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca.»
Podríamos preguntarnos por qué no se leen hoy, si van muy bien, ¡si son una clara denuncia de los valores "del mundo"! Precisamente por eso, creo yo, no se leen: porque las lecturas de hoy en lo que menos están interesadas es que nos ejercitemos en el cinismo cristiano de denunciar lo mal que va el mundo (sobre todo, lo mal que va sin nosotros). Más bien las lecturas de hoy apuntan a que nos apropiemos de todas y cada una de las "denuncias" que hacen: "vanidad de vanidades, todo vanidad", todo lo que a mí, cristiano, me rodea, no al vecino, que a lo mejor también es vanidad, pero hoy no me toca decírselo. En lo que sí se lee de Colosenses, quitados los tres versículos intermedios, queda:
«Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia, y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros.»
¡Es una palabra dicha a cada uno de nosotros que la estamos escuchando!, y puesto que habla de "los unos a los otros", es una palabra también colectiva, dicha a la totalidad de la asamblea, de la Ecclesía.
"Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras"... no se le está reclamando a otros, ¡es a nosotros, que frecuente -aunque tácitamente- nos consideramos fuera ya del "mundo"! Cuanto más cerca creas estar de la aceptación de la vanidad del mundo, de la consideración de la fugacidad de todo, cuanto más creas haber entendido que no debes apegarte a nada... más peligrosa es la posesión de algo -así sea de un criterio, de una "verdad"-, y con más vehemencia debes escuchar las lecturas de hoy.
Si son graves las soluciones "epicúrea" y "cínica", mucha más lo es esta especie de solución "estoica" en la que nos sentimos capaces de renunciar a todo lo supérfluo, y nos conformamos con lo que juzgamos mínimo, al par que denunciamos al mundo por su vanidad y lujo. Si no somos capaces de ver la riqueza en nosotros mismos, la codicia en nosotros mismos, la posesión desenfrenada en nosotros mismos (y sí, es desenfrenada aunque sea un plato de arroz, lo que la especifica no es la cantidad, sino el ser irrenunciable), estamos aun en la disposición "estoica", la más llena de peligro, no en la que reclaman las lecturas de hoy.
Hay muchas especies de codicia: se pueden codiciar trajes y zapatos, vehículos y casas, se puede codiciar lo que tiene el de al lado, poco o mucho, se puede codiciar la seguridad de mañana, y se puede codiciar también tener la verdad justa, la palabra exacta que desnuda la vida de los demás. Mientras algo es irrenunciable, y no es el propio Dios, su propio Ser, su Voz tremenda y escondida, sigue siendo una posesión que compite con él, una riqueza a la que se nos pide renunciar:
«guardaos de toda clase de codicia»
Nos dice Jesús, alertándonos: "Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios."
El criterio es ser rico ante Dios. Por supuesto, nosotros no somos tan poco sutiles que no nos demos cuenta que el criterio no es ser rico ante sí mismo, pero a lo mejor creemos que el criterio es ser pobre ante sí mismo: "Señor, he renunciado a todo por ti". La pregunta no es esa, la pregunta se dirige no a nosotros sino a Dios, no a nosotros para que digamos a cuanto hemos renunciado, sino a Dios: Señor ¿has encontrado en mí alguna riqueza?
La renuncia que nos pide el evangelio de hoy comienza con una renuncia a dar una respuesta, es sólo una pregunta la que se nos exige, una pregunta que quedamos obligados de dirigir a Dios, al Dios "que es Dios y no un hombre" (Os 11,9), y cuyos criterios y caminos desconocemos: Señor ¿has encontrado en mí alguna riqueza?
Si en vez de abalanzarnos a medir nuestra fe, dar un veredicto de cuán catolicos y creyentes somos, somos capaces de esperar la respuesta, si somos capaces de quedarnos callados por un rato, si somos capaces de dejar de mentirnos unos a otros con nuestra pobreza simulada y nuestra renuncia religiosa simulada, si somos capaces de bajar el dedo con el que acusamos al mundo esperando a ver si no era a nosotros mismos a quienes había que dirigirlo, si somos capaces de preguntar, y esperar, es que hemos entrado al auténtico Juicio de Dios, al "tiempo de Dios", que "es el mejor de todos los tiempos", como dice un bello himno de poeta desconocido.
!!!Amen !!! Dios le bendiga y gracias.
Excelente reflexión. Para los que nos sobran las riquezas la pregunta por el qué debo hacer es inevitable como la desazón de saber que no podremos volcar el corazón hacia ese Señor ¿has encontrado en mí alguna riqueza?
Bueno, bueno Abel no me di el tiempo suficiente de leer mas es algo fuerte las lecturas del Domingo 1 de Agosto y que bien haces tus reflexiones y hablas y das énfasis a las de Colosenses sin olvidar lo que dice Qohélet "Guardaos de toda clase de codicia" la vanidad de todo lo que vemos alrededor, de lo que cada uno posee y que llamamos valioso, vanidad de vanidades dice Qohélet.
"Sombra de un sueño" es el hombre a que atesorar Qohélet dijo algo muy sensato aun hoy nos hacen vibrar, nos hacen pensar sobre el sentido de nuestra vida y en el sentido del tener y poseer todo esta lleno de esta percepción de la vanidad de todo, y en especial de las riquezas . Cuando mas creas haber entendido que no debes apegarte a nada , mas peligrosa es la posesión de algo asi sea de un criterio, de una verdad. Abel hay bastante que reflexionar y entender y cada escrito tuyo llena el corazón de quien lo lee Abel Gracias Dios te Bendiga