Ireneo de Lión es, con mucho, el teólogo más importante de su siglo. No se sabe la fecha exacta de su nacimiento, pero fue probablemente entre los años 140 y 160. Su ciudad natal está en el Asia Menor, y probablemente es Esmirna, puesto que, en su carta al presbítero romano Florino, dice que en su primera juventud había escuchado los sermones del obispo Policarpo de Esmirna. Su carta revela un conocimiento exacto de este obispo, que no pudo tener sin haberle conocido personalmente:
«En efecto, te conocí (a Florino), siendo yo niño todavía, en el Asia Menor, en casa de Policarpo. Tú eras entonces un personaje de categoría en la corte imperial, y procurabas estar en buenas relaciones con él. De los sucesos de aquellos días me acuerdo con mayor claridad que de los recientes (porque lo que aprendemos de chicos crece con el alma y se hace una misma cosa con ella), de manera que hasta puedo decir el lugar donde el bienaventurado Policarpo solía estar sentado y disputaba, cómo entraba y salía, el carácter de su vida, el aspecto de su cuerpo, los discursos que hacía al pueblo, cómo contaba sus relaciones con Juan y con los otros que habían visto al Señor, cómo recordaba sus palabras y cuáles eran las cuestiones relativas al Señor que había oído de ellos, y sobre sus milagros y sobre sus enseñanzas, y cómo Policarpo relataba todas las cosas de acuerdo con las Escrituras, como que las había aprendido de testigos oculares del Verbo de Vida. Yo escuchaba ávidamente, ya entonces, todas estas cosas por la misericordia del Señor sobre mí, y tomaba nota de ellas, no en papel, sino en mi corazón, y siempre, por la gracia de Dios, las voy meditando fielmente» (Eusebio, HE V 20,5-7).
De estas palabras resulta evidente que, a través de Policarpo, Ireneo estuvo en contacto con la era apostólica. Por razones que desconocemos, Ireneo dejó el Asia Menor y se fue a las Galias. El año 177 (178), en calidad de presbítero de la iglesia de Lión, fue enviado por los mártires de aquella ciudad al papa Eleuterio para hacer de mediador en una cuestión referente al montanismo. La carta que en aquella ocasión entregó al Papa daba de él una excelente recomendación: «Le hemos pedido a nuestro hermano y compañero que te lleve esta carta y te pedimos que le tengas aprecio a causa de su celo por el testamento de Cristo. De haber sabido que el rango puede conferir justicia a alguno, te deberíamos haberlo recomendado como presbítero de esta iglesia (de Lión), pues ésa es su situación» (HE V 4,2). Cuando Ireneo regresó de Roma, el anciano Fotino había muerto mártir, e Ireneo fue nombrado sucesor suyo. Más tarde, cuando el papa Víctor excomulgó a los asiáticos con motivo de la controversia pascual, Ireneo escribió a algunos de esos obispos y al mismo papa Víctor, exhortándolos a hacer las paces. Eusebio (V 24,17) afirma que en esta ocasión Ireneo hizo honor a su nombre, porque demostró ser realmente un pacificador (en gr. eirenopoiós). A partir de este incidente desaparece toda huella acerca de su vida; ni siquiera se sabe la fecha de su muerte. Hasta Gregorio de Tours (Historia Francorum 1,27), nadie había dicho de él que muriera mártir. Y como Eusebio ni siquiera insinúa tal hecho, parece muy sospechoso ese testimonio tardío.
Obras
Además de la administración de su diócesis, Ireneo se dedicó a la tarea de combatir las herejías gnósticas por medio de extensos escritos. En ellos hace una excelente refutación y un análisis crítico de las fantásticas especulaciones de los gnósticos. Supo combinar un conocimiento vasto de las fuentes con la seriedad moral y el entusiasmo religioso. Su gran familiaridad con la tradición eclesiástica, que debía a su amistad con Policarpo y con los demás discípulos de los Apóstoles, era una enorme ventaja para su lucha contra la herejía. Desgraciadamente, sus escritos se perdieron muy pronto. Solamente quedan dos de las muchas obras que compuso en griego, su lengua materna. Una de estas dos es su obra más importante; no la poseemos en el original griego, sino en una traducción latina muy literal.
Esta magna obra de Ireneo lleva por título «Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis». Generalmente se la llama «Adversus haereses».
Además de esta obra principal de Ireneo, poseemos otra, «Demostración de la enseñanza apostólica». Durante mucho tiempo sólo se conocía el título de esta obra, dado por Eusebio (HE V 26). Pero en 1904 Ter-Mekerttschian descubrió la obra entera en una traducción armenia, que publicó por vez primera en 1907. Es un tratado apologético, como su mismo título lo indica. (Quasten)