De Isidoro poseemos noticias no siempre concretas; las más fiables y precisas proceden principalmente de dos fuentes: la Renotatio librorum divi Isidori, escrita por Braulio de Zaragoza como apéndice al De viris Illustribus de Isidoro, compuesta en un tono muy encomiástico, precisa en los datos y valiosa sobre todo por el elenco de sus obras; la otra fuente es el capítulo 8 del De viris illustribus de Ildefonso de Toledo, que, bajo un cierto tono laudatorio, parece ocultar reservas con respecto al sevillano y que plantea no pocos problemas en relación con sus escritos.
Isidoro, hermano menor de Leandro de Sevilla, a la muerte de éste le sucedió en la sede sevillana (600). Nació en el 560 en el seno de una familia que había emigrado de Cartagena, ciudad controlada por los bizantinos, a Sevilla donde, con toda probabilidad, recibió la formación de su mismo hermano, al que (junto con su hermana mayor Florentina) fue confiado por sus padres, que murieron cuando Isidoro era todavía un niño (Leandro, Inst. virg., prol.). Nada cierto sabemos de su vida y actividad con anterioridad a su nombramiento de obispo de Sevilla: una antigua tradición, bastante discutida, lo hace monje. Es probable que completase su formación en un monasterio (sin que necesariamente llegase a ser monje) o en la escuela episcopal sevillana. Como obispo se entregó a un intenso trabajo pastoral dirigido al clero diocesano y, posteriormente, con la difusión de sus escritos, al de toda España. Tanto la tradición familiar como su propia inclinación lo condujeron a ponerse en contacto con los reyes visigodos, con algunos de los cuales (Sisebuto, Sisenando, Suintila) colaboró más o menos directamente para la estabilidad del reino. Presidió el II Concilio de Sevilla en el 619 y además el IV de Toledo en el 633, verdadera base de la renovación de la Iglesia hispana. Dedicado al estudio y a la composición de sus numerosos escritos, sacados a la luz a un ritmo continuo, mantiene relaciones estrechas con otra gran personalidad, Braulio de Zaragoza, que le profesó siempre una veneración tan grande que pasó sin más por su discípulo. Gozó hasta el fin de sus días de una excelente salud mental, contrariamente a la física; acabó, en efecto, casi paralizado. Un breve texto (probablemente auténtico), redactado en forma epistolar, «De transitu sancti Isidori», escrito a petición de un obispo desconocido (que algunos manuscritos identifican con Braulio) por un diácono sevillano llamado Redento con evidentes intenciones hagiográficas, nos informa sobre su muerte. Murió el 23 de abril del 636.
La personalidad literaria de Isidoro está dominada por su espíritu pastoral, fruto de una aguda conciencia de las propias responsabilidades episcopales (parece seguro que todas sus obras son posteriores a la consagración episcopal). Por este motivo y como consecuencia de la formación recibida, se mantuvo en una lucha continua entre la admiración por la cultura antigua (pagana) y la cristiana; buscó continuamente armonizarlas, con un procedimiento singular que le procuró mucho éxito y notables resultados: mixtura y acercamiento de las doctrinas y de las citas tomadas tanto de autores paganos como cristianos. Con frecuencia, los resultados son ambiguos, pero producen en el lector la sensación de encontrarse ante una total continuidad cultural. Su vasta erudición y su capacidad de extraer nociones útiles de cualquier autor que le caía entre las manos, principalmente gramáticos, glosadores, poetas y prosistas en antologías, son sorprendentes y constituyen el fundamento de su éxito posterior, aunque casi nunca cita directamente las fuentes (y sólo en algunas ocasiones las indirectas, que representan la mayoría). No se debe de olvidar, sin embargo, como ha sido observado recientemente, que las desenvueltas maniobras isidorianas no implican en modo alguno que él desconozca las obras antiguas. En la línea de continuidad y de la tradición, mientras que su método consigue resultados intelectuales ciertos, produce además una impresión de esperanza y genera un sentido de optimismo que pasó en gran medida a todos sus discípulos, llevándolos a refugiarse en la sabiduría frente a los verdaderos y agudos problemas de su tiempo (creyendo en parte que se resolvían así). No sorprende, pues, si Braulio lo considera destinado por Dios a renovar la cultura antigua y lo propone como sostén de la de sus tiempos.
El elenco más fiable de su vasta producción (según Aldama, presentado en orden cronológico, aunque se observan diversos errores) se encuentra en la Renotatio de Braulio, que nosotros seguimos.
Las diferencias (Differentiarum libri)
Los proemios (Líber prooemiorum)
Nacimiento y muerte de los personajes bíblicos (De ortu et obitu patrum)
Razón de ser de los oficios (Libellus de origine officiorum)
Los sinónimos (Synonimorum libri)
Del universo (De natura rerum)
Alegorías
Libro de los números (Liber numerorum)
Las herejías (De haeresibus liber)
Las sentencias (Sententiarum libri o De summo bono)
De la fe católica contra los judíos (De fide catholica adversus Judaeos)
Regla para los monjes (Regula monachorum)
Problemas del Antiguo Testamento (Quaestiones in Vetus Testamentum)
Historia de los godos, vándalos y suevos
Crónica
Hombres ilustres (De viris illustribus)
Etimologías
Poesías
Hispana (o Colección Canónica Hispana)
Epistolario
La frase entrecomillada en la introducción, y todo este texto, incluyendo la lista de obras están tomados de Patrología IV (BAC, pág 98ss), dirigida por Di Berardino, con el apartado de «Escritores de la Península Ibérica» a cargo de Manuel C Díaz y Díaz.
De todas las obras, la más importante y conocida es Etimologías, que recogemos en nuestra colección.
Puede leerse aquí una introducción al santo Doctor por el papa Benedicto XVI.
«Mira además flamear al espíritu ardiente
de Isidoro, de Beda y de Ricardo
quien a considerar fue más que hombre.»
Así le dice Tomás de Aquino al poeta en la Divina Comedia, Paraíso, Canto X, incluyendo a Isidoro entre los grandes pensadores que gozan ahora de la visión beatífica.