El Oficio de Lecturas es el heredero de una riquísima tradición orante. En cierto sentido es una hora de oración «nueva», porque aunque proviene de las «maitines» que se rezaban en los monasterios, han adquirido una nueva estructura, se han independizado de las referencias a la vigilia, y pueden ser rezadas en cualquier momento del día. Es la única hora litúrgica que no hace referencia a un tiempo preciso del día. Se trata de una hora «mayor» por su extensión y complejidad, aunque lamentablemente algunas conferencias episcopales, en su afán de adaptar y simplificar, la han excluido de las ediciones de las Horas «para los laicos». Por supuesto, eso no significa que no puedan ser rezadas por los laicos, o que sean de menos provecho.
Los antecedentes del O.L. hay que buscarlos en la «lectio divina» que se practica en los monasterios: la lectura meditativa de la Sagrada Escritura, que busca en la profundidad espiritual de la Palabra de Dios, tomando como guía a los Padres de la Iglesia. Del mismo modo, el Oficio pone a nuestra meditación cada día una lectura bíblica, al que sigue una lectura patrística, teológica o hagiográfica quee ayuda a profundizar espiritualmente en el texto bíblico. Se aúnan aquí veinte siglos de tradición, ya que los «breviarios» de lecturas bíblicas, patrísticas y teológicas son precisamente las colecciones de textos que más podemos hallar a lo largo y ancho de la geografía cristiana.
Esas lecturas no están elegidas al azar sino que obedecen a un auténtico plan de lecturas, tal como lo señala el nº 143 del ordenamiento General: «En la distribución de las lecturas de la Sagrada Escritura, en el Oficio de lectura se tienen en cuenta tanto aquellos tiempos sagrados en los que siguiendo una tradición venerable se han de leer ciertos libros, como la distribución de las lecturas en la Misa. De esta forma, pues, la Liturgia de las Horas se coordina con la Misa de modo que la lectura de la Sagrada Escritura en el Oficio complete las lecturas hechas en la Misa, ofreciendo así un panorama de toda la historia de la Salvación.» Conviene leer los numeros 140 a 155 del Ordenamiento General de la Liturgia de las Horas para tener un panorama más acabado de cómo está pensado el plan de lecturas. Lamentablemente, el proyecto incial de realizar un ciclo en dos años de lecturas bíblicas, no se ha realizado, como si se hizo en la misa, pero el plan de coordinar misa y oficio sigue vigente.
En cuanto a las lecturas patrísticas, teológicas y hagiográficas, han sido elegidas de modo que representan lo más importante de la tradición teológica y espiritual. Las lecturas sobre los santos, por ejemplo, han evitado lo que serían meras alabanzas, a menudo mundanas, de sus respectivas figuras, para centrarse más bien en penetrar en el significado de la santidad para la vida cristiana. En los tiempos de Cuaresma y Adviento, el hecho de que no haya memorias de los santos sino sólo conmemoraciones, ayuda a que el plan de lecturas no esté una y otra vez cortado por lecturas que terminan distrayendo del centro de la meditación de esos tiempos tan fuertes.
En el Oficio de Lecturas también los salmos resultan peculiares, ya que sólo en él se leen algunos, los «históricos» (77, 104, 105), con los que celebramos el curso de la historia de la salvación; el hecho mismo de que se unan tres salmos y no dos salmos y un cántico -como en Laudes y Vísperas- favorece esta idea de unidad que da esa primera parte de la oración, a tal punto que, si los tres salmos son en realidad partes de un mismo salmo, se pueden leer seguidos utilizando sólo la primera antífona.
En suma, el Oficio de Lecturas, aunque una hora complementaria a las dos centrales del día, Laudes y Vísperas, es una hora que puede darnos mucho provecho espiritual, y ayudarnos a que la Palabra, que escuchamos en la misa, adquiera también otros matices y otra profundidad de meditación.