es muy interesante que lean esta entrevista y la analicen :
la pongo en español , pero esta en ingles e italiano .
El Cardenal Martini sobre la vida. Texto completo
25-Abril-2006 Admin. de Atrio
ATRIO ofrece en primicia el texto completo del que fueron sacadas las polémicas palabras del cardenal Martini. Posteriormente el cardenal Lozano Barragán ha dado a conocer que hay una comisión que por encargo del papa está preparando un documentos sobre el uso de condones para prevenir el SIDA. ¿Habrá tenido el cardenal Martini conocmiento de estos deseos de apertura de Benedicto XVI y le estará desbrozando el camino? ¿O más bien, como opina Sandro Magister en Chiesa, de donde hemos sacado el texto, significa “el primer gran acto de oposición a este pontificado, en los altos niveles de la Iglesia”? Sea lo que sea, la verdad es que este diálogo con un reputado científico -jefe de una unidad de trasplantes en Filadelfia-, católico y senador de la coalición de izquierdas, no tiene desperdicio. Sobre todo porque es un ejemplo de la actitud dialogal con que debe situarse la Iglesia en estos terrenos si quiere evangelizar y no convertir el tema de la bioética en arma política.
DIÁLOGO SOBRE LA VIDA
Coloquio entre Carlo Maria Martini e Ignazio Marino
Ideó y promovió el diálogo, cuidando después su publicación en el semanario “L’espresso” (21 de Abril de 2006): Daniela Minerva. Tradujo al castellano: Antonio Duato.
MARTINI – Querido profesor Marino, he leído con mucho interés e implicación su libro “Creer y curar”. Me ha impresionado, por una parte, su amor por la profesión médica y su interés dominante por el enfermo y, por otra, su objetividad de juicio, su equilibrio al tratar los problemas fronterizos, allí donde las exigencias médicas se encuentran y a veces parecen chocar con las exigencias éticas. He visto cómo usted no desea renunciar ni a su objetividad profesional como médico ni a su conciencia como hombre y creyente.
Todo esto parece muy importante para el “diálogo sobre la vida” que interesa justamente tanto a nuestros contemporáneos, especialmente en los casos límite en que los avances de la ciencia y de la tecnología, por una parte, despiertan maravilla y gratitud y, por otra, suscitan preocupación por la persona humana y su dignidad.
Todo esto hace necesario y urgente tener un “diálogo sobre la vida” que no parta de preconceptos ni de prejuicios, sino que sea abierto y libre, y a la vez respetuoso y responsable.
MARINO – Veo también yo muchas razones para un diálogo objetivo, profundo y sincero sobre el tema de la vida humana. Vivimos, de hecho, un momento histórico especial en el que el progreso científico ha revolucionado la posición del ser humano en relación con la vida, la enfermedad y la muerte.
Hoy, a diferencia de ayer, se puede nacer de muchas maneras diferentes, se puede curar con terapias extraordinarias y mantener la vida durante mucho tiempo en una unidad de reanimación, en un estado que se puede llamar “vida” simplemente desde el punto de vista de funciones fisiológicas. La muerte se considera cada vez más como un acontecimiento excepcional que debe ser evitado y no el fin natural al que cada vida humana llega inevitablemente.
Estos cambios no sólo influyen en el curso de nuestra existencia sino también en nuestra manera de concebir la vida, la enfermedad y la muerte. Por esta razón, no es posible ignorar las innumerables preguntas éticas que surgen de los continuos cambios ligados a las nuevas tecnologías y a las posibilidades que la ciencia pone a disposición de los hombres.
El diálogo en estos temas y el encuentro entre personas de formación diferente y papeles diferentes dentro de la sociedad puede contribuir a la circulación de ideas y de posiciones dirigidas a identificar puntos de encuentro, en vez de la división.
Sobre temas tan delicados, de hecho, el riesgo es caer en fáciles contraposiciones e instrumentalizaciones que no sirven para nada que no sea crear fracturas en la sociedad. En cambio, si el razonamiento se realiza honestamente y con espíritu de sincera apertura, es posible identificar senderos comunes o por lo menos que no sean demasiado divergentes.
El principio de la vida
MARTINI – Estoy completamente de acuerdo con su premisa. Cuando el progreso científico y tecnológico crean zonas fronterizas o áreas grises, donde no es inmediatamente evidente lo que es el verdadero bien del hombre y de la mujer, se trate de un individuo en particular o de toda la humanidad, una buena regla debería ser abtenerse, sobre todo, de juzgar apresuradamente para discutir después con serenidad, de manera que no se creen innecesarias divisiones.
Pienso que podríamos empezar un experimento de un diálogo de ese tipo empezando por el principio de la vida y, en concreto, por la práctica cada vez más común de la “fecundación médicamente asistida” y por el destino de los embriones que se utilizan para este propósito. No son pocas las diferencias de opinión sobre esto, e incluso incertidumbres en la terminología y la práctica. ¿Quiere usted clarificar este punto, desde su competencia?
MARINO – Hoy es posible crear la vida en una probeta, recurriendo a la fecundación artificial. Ante problemas de fecundidad dentro de una pareja, la fecundación artificial puede servir para completar una familia con un hijo. No obstante, en Italia y muchos otros países esta práctica se ha extendido sin que hubiera una ley que la regulara. La ciencia y sus aplicaciones médicas han caminado más rápidamente que los legisladores y, por esta razón ahora nos encontramos frente al problema de millares de embriones humanos congelados y conservados en los congeladores de clínicas para la infertilidad, sin que se haya decidido cuál debe ser su destino.
La ley italiana actual, para evitar perpetuar la producción de embriones de reserva que no se utilizarán, ha escogido una solución simplista: crear sólo tres de una vez e implantarlos todos en el útero de la mujer. Pero este número, si se razona sobre una base científica, debería ser flexible y determinado caso por caso, según las condiciones médicas de la pareja.
Pero la ciencia viene en ayuda para sugerir alternativas a la creación y la congelación de embriones. Existen tecnologías más sofisticadas que las utilizadas hoy, que prevén la congelación, no de embriones sino de ovocitos en su etapa de dos pronúcleos, es decir, en el momento en que los dos pares de cromosomas, el de la hembra y el del varón, están todavía separados y no existe aún una nueva cadena de ADN.
En esta fase, no es posible determinar qué camino emprenderán las células en el momento en que empezarán a reproducirse: podrían producir un bebé o dos gemelos monocigóticos. No existe el embrión ni un nuevo patrimonio genético, así que no hay un individuo nuevo. Desde el punto de vista biológico, no hay una vida nueva. ¿No podemos pensar también nosotros que no existen desde el punto de vista espiritual y que por lo tanto no hay problemas para una persona de la fe en valorar la idea de seguir este camino?
MARTINI – Entiendo cómo estas cosas angustian a muchas personas, especialmente a los más sensibles en relación con los problemas éticos. Y a la vez estoy convencido que los procesos de la vida, y por tanto también los de la transmisión de la vida, forman un continuum en el que es difícil individuar los momentos de un verdadero cambio propiamente cualitativo. El resultado de esto es que cuando estamos tratando con la vida humana, debemos tener un gran respeto y consideración con todo lo que de alguna manera, desde su inicio, manipula o podría instrumentalizar la vida humana.
Pero esto no significa que no sea posible individuar momentos en los que todavía no se manifiesta ningún signo de una vida individualmente distinguible. Me parece que es el caso que usted menciona del ovocito en la etapa de dos pronúcleos. En este caso, me parece que la regla general del respeto puede compaginarse con el tratamiento técnico que usted sugiere.
Me parece también que lo que usted propone permitiría superar el rechazo de cualquier forma de fecundación artificial que aún está presente en no pocos ambientes y que produce una dolorosa divergencia entre la práctica comúnmente admitida por las personas y sancionada por la ley, y la actitud –al menos teórica– de muchos creyentes. En todo caso, mantengo que es oportuno hacer una distinción entre la fecundación homóloga y la fecundación heteróloga. Pero me parece que un rechazo radical de toda forma de fecundación artificial está sobre todo basado en el problema del destino de los embriones. En la propuesta que usted ilustra, este problema podría superarse.
La fecundación heteróloga
MARINO - Usted se ha referido también a la distinción entre la fecundación homóloga y heteróloga. Es un problema muy discutido. De hecho, si el deseo de la pareja por crear una familia no se puede cumplir por causa de problemas de infertilidad o de enfermedades genéticas en uno de los dos potenciales padres, ¿por qué no recurrir al esperma o al ovocito de una persona fuera de la pareja? ¿No podría representar esto una solución para satisfacer este deseo de familia? ¿Cuenta más mantener el patrimonio genético?
Reflexionando sobre este tema, mi primera evaluación estaría a favor de la fecundación heteróloga, si este es el único medio para tener un niño y si para la mujer es importante quedar embarazada. Pero me he encontrado también con quien mantiene que no es raro que la fecundación heteróloga introduzca un desequilibrio en la pareja entre el padre biológico, que transmite al hijo la parte de su ADN, y el otro.
Algunos de los estudios publicados en revistas científicas y realizados en los países donde se permite la fecundación heteróloga han destacado el hecho de que se puede crear un núcleo familiar desequilibrado psicológicamente a favor del padre que ha transmitido la parte de su patrimonio genético al hijo, como si un genitor fuera de algún modo más valioso que el otro.
¿Otra cuestión tiene que ver con la transparencia: ¿debería el niño concebido por la fecundación heteróloga ser informado de este hecho? Y, si la respuesta es afirmativa, ¿es justo seguir caminos que pueden crear traumas psicológicos, incluso si se nace del deseo por tener un hijo? ¿Prohibir por ley el recurso a la fecundación heteróloga significa limitar la libertad de los padres o se debe interpretar como una tutela a favor de las generaciones futuras?
MARTINI – Las objeciones de una naturaleza psicológica que usted ha recordado constituyen algunas de las razones que han bloqueado a no pocos el acceder a la solución de la fecundación heteróloga, aun cuando esto pudiera comportar el sufrimiento de algunos. Se añade, desde el punto de vista ético, la protección de la relación privilegiada que con el matrimonio se instaura entre un hombre y una mujer.
No obstante, mis reflexiones personales giran también en torno a las situaciones que se crean con las varias formas de adopción y acogida, donde con independencia del patrimonio genético es posibles establecer una verdadera relación afectiva y educadora con personas que no son padres en el sentido físico de la palabra. Sería, por lo tanto, prudente al expresarme en los casos que usted menciona, cuando no es posible recurrir al óvulo en el interior de la pareja. Tanto más si se trata de decidir sobre el destino de embriones de otro modo destinado a la destrucción, y para los que la implantación en el seno de una mujer – aún soltera– parecería preferible a su pura y simple destrucción.
Me parece que estamos en una de esas áreas grises de que hablé antes, en la que la probabilidad mayor está aún del lado de los que rechazan la fecundación heteróloga, pero en la que no es tal vez oportuno ostentar una certeza que espera todavía de confirmación y experimentación.
Investigación con células madre embrionarias
MARINO – Los problemas relacionados con embriones han provocado también encendidas discusiones sobre el uso para propósitos de investigación de células madre tomadas de embriones. El referéndum en Italia de junio de 2005 sobre la procreación médicamente asistida pedía, entre otras cosas, la abolición del artículo de la ley 40 que prohíbe el uso de estas células madre.
Se puede suponer desde un punto de vista científico, aunque no haya sido aún confirmado, que esas células embrionarias son las más convenientes para propósitos de investigación, para individualizar terapias que puedan curar enfermedades muy graves, como el Parkinson o el Alzheimer, etcétera. Existen otros tipos de células madre, obtenidas de tejidos adultos o del cordón umbilical, que ya hoy son utilizadas con algún éxito.
Casi todos los investigadores convienen en el hecho de que no es necesario crear embriones con el único propósito de obtener células madre: se pueden conseguir líneas celulares para realizar investigaciones y, además, estudios muy recientes realizados en ratas han demostrado la posibilidad de obtener células que tengan las mismas características de las células madre embrionarias sin tener que crear embriones.
Queda pendiente la cuestión de los embriones conservados en las clínicas de infertilidad y que muy probablemente nunca serán utilizados por ninguna pareja. Su fin es cierto, pero ¿es mejor permitirles morir en el frío o utilizar sus preciosas células para propósitos de investigación? En pura ortodoxia religiosa, se trata de vidas y como tales no pueden ser suprimidas para obtener células con propósitos terapéuticos, aun cuando algún día estos embriones serán destruídos de todos modos. Se trata de la distinción entre matar y dejar morir.
¿Es éticamente superable este punto? ¿No es oportuno pedir la donación de células madre embrionarias para destinarlas a los laboratorios que investigan en enfermedades que son hoy incurables?
MARTINI – Ante todo, decirle que estoy impresionado por la prudencia con que usted habla de la eficacia terapéutica de las células madre. Me parece haber entendido que estamos todavía en la etapa de investigación y que, por lo tanto, no es honesto proclamar públicamente la certidumbre en la eficacia curativa de estas células antes de que esto haya sido debidamente probado. Me alegro de que no parezca ya necesario crear embriones con el propósito de producir células madre y de que se hayan desarrollado métodos alternativos que no plantean problemas de conciencia. Es un motivo más para confiar en la inteligencia que el Señor ha dado al hombre para que supere los problemas que la vida plantea. En nombre de esta misma inteligencia, no me parece aceptable utilizar células madre embrionarias para la investigación. Esto estaría en contra de todos los principios expuestos hasta ahora.
Los embriones congelados existentes
MARINO – Su contestación me permite extender nuestra reflexión sobre el destino de los embriones existentes más allá de la hipótesis planteada con anterioridad. Cuando ya no van a ser utilizados, ¿qué sería ético hacer?
Hasta ahora no se ha encontrado más solución que dejar las probetas en los congeladores. Pero ¿es éticamente correcto y aceptable tolerar que millares de embriones humanos se queden congelados en las clínicas de infertilidad, esperando simplemente que expiren en el frío con el pasar de los años?
¿No podrían, por ejemplo, ser donados a mujeres solteras que quieran quedar embarazadas? ¿O a parejas con problemas ligados a enfermedades genéticas que no pueden recurrir a la fecundación artificial normal para evitar el riesgo de transmitir un defecto genético?
MARTINI – Me parece que aquí estamos frente a un conflicto de valores, que es más evidente en el caso de la mujer soltera que quiere llegar a estar embarazada, pero que también se plantea, por las razones que antes expliqué, en el caso de las parejas que por razones médicas graves no pueden acceder a la fecundación artificial normal. Donde hay un conflicto de valores, me parece éticamente más significativo inclinarse hacia la solución que permita a una vida que prospere, antes que dejarla morir. Pero entiendo que no todos compartan esta opinión. Sólo quisiera evitar un choque en base a principios abstractos y generales cuando, por el contrario, nos encontramos en una zona gris en la que lo apropiado es no entrar con juicios apodícticos.
La adopción por personas solas
MARINO – Hay también otros problemas conectados al desarrollo de la vida, y en concreto al cuidado que la sociedad debe tener con los niños que no tienen una familia. En estos casos se plantea la posibilidad y la utilidad, la necesidad casi, de una adopción. En Italia hoy, la adopción no es admitida por personas solas y, en general, la legislación es muy compleja y hace difícil cualquier tipo de adopción. Yo me pregunto si, desde el punto de vista ético, es preferible que un niño huérfano o abandonado por sus padres pase la vida en una institución o en la calle en vez de tener una familia compuesta de un padre sin pareja. ¿Estamos seguros de que ésta es la manera correcta de garantizar la mejor educación posible para este niño?
Además, si uno de los progenitors pierde a su pareja, aún después del nacimiento de su primer niño, nadie piensa que el niño no deba continuar viviendo en su familia nuclear, aunque haya sólo el padre o la madre. Además, la Iglesia sostiene que en presencia de un feto, en las circunstancias que sean, se debe invitar a la mujer a llevar su embarazo hasta el final, incluso si el padre está ausente o se opone al embarazo, con lo que se trata de apoyar a una madre que de hecho, en términos prácticos, es soltera. ¿Así que por qué no defender la adopción por personas solas, una vez que se ha constatado la motivación, los medios y la capacidad para asegurar una educación pacífica al niño adoptado?
MARTINI – Usted plantea preguntas graves y razonables en un tema complejo, donde yo no tengo la experiencia suficiente. Pero pienso que el punto de partida es la condición que usted expresó al fin. Es necesario asegurar que quien deba cuidar del niño adoptado tenga la motivación apropiada y también los medios y la capacidad para asegurarle una educación serena.
¿Quién cumple estas condiciones? En primer lugar, ciertamente, una familia compuesta de un hombre y una mujer que tengan conocimiento y madurez, y que puedan proporcionar también una red de relaciones intrafamiliares para fomentar el crecimiento de niño desde todos los puntos de vista. A falta de esto, está claro que otras personas, incluidos individuos solos, podrían proporcionar algunas garantías esenciales. Así que yo no me limitaría sólo a una posibilidad, sino que dejaría a los responsables el determinar cuál es de hecho la mejor solución, aquí y ahora, para este niño. La meta deberá asegurar las condiciones más favorables que sean en la práctica posibles. Así, cuando hay la posibilidad de escoger, se debe hacer la mejor elección.
El aborto
MARINO – Uno de los temas más difíciles de afrontar, sobre el que se nos pregunta constantemente a causa de su delicadeza y complejidad, es el aborto. En Italia, el Estado ha regulado este asunto esforzándose en conjugar el principio de autodeterminación de las mujeres con la libertad de conciencia de los médicos, que pueden escoger la objeción.
En los últimos años, hemos podido ver los efectos de la legislación del aborto en Italia. Aunque cada uno reconozca que el aborto siempre constituye un fracaso, nadie puede negar que la ley ha permitido reducir el número total de abortos y ha controlado los abortos clandestinos, evitando el riesgo de muerte a mujeres que se exponían a desastres como la perforación del útero hecha por “comadronas” al inducir el aborto. ¿Cuál es la posición de la Iglesia frente a casos extremos como el de la mujer que ha sido violada, el embarazo en una adolescente de once o de doce años de edad, una mujer sin medios económicos para educar a un niño? ¿Si uno admite el principio de la elección del menor de dos males, o, como sugiere la Iglesia Católica, el de confiar la decisión a la conciencia individual (“conscientia perplexa”: la condición en la que un hombre o una mujer a veces se encuentran al afrontar situaciones de juicio moral incierto y de difícil solución), no sería éticamente correcto explicar abiertamente este punto de vista y sostenerlo públicamente?
MARTINI – Éste es un asunto muy doloroso y que causa gran sufrimiento. Ciertamente hay que hacer cuanto sea posible y razonable para defender y salvar cada vida humana. Pero esto no quita que se pueda y se deba reflexionar sobre las situaciones muy complejas y diversas que pueden surgir, Buscando en cada cosa lo que mejor y más concretamente sirva para proteger y promover la vida humana. Pero es importante reconocer que la prosecución de la vida humana física no es, en sí mismo, el primer y absoluto principio. Por encima de él está el de la dignidad humana, una dignidad que en la visión cristiana y la de muchas otras religiones implica una apertura a la vida eterna que Dios promete al hombre. Podemos decir que aquí radica la dignidad definitiva de la persona. Incluso quien no comparta esta fe puede comprender la importancia de este fundamento para los creyentes y la necesidad de tener razones profundas para apoyar siempre y en todas partes la dignidad de la persona humana.
Las razones de fondo de los cristianos se encuentran en las palabras de Jesús, que afirmaba que “la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido” (cf. Mateo 6, 25), pero exhortaba a no tener miedo de “los que matan el cuerpo, pero no tienen el poder de matar el alma” (cf. Mateo 10, 28). La vida humana debe respetarse y defenderse, pero no es el valor supremo y absoluto. En el evangelio según Juan, Jesús proclama: “Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, incluso si muere, vivirá” (Juan 6, 25). Y San Pablo añade: “Mantengo que los sufrimientos del momento presente no se pueden comparar con la gloria futura que se deberá revelar en nosotros” (Romanos 8, 18). Así que hay una dignidad de la existencia que no se limita a la sola vida física, sino que tiene que ver con la vida eterna.
Eso supuesto, me parece que incluso en un tema doloroso como el del aborto (que, como usted dice, siempre representa un fracaso) es difícil que un estado moderno no intervenga al menos para impedir una situación salvaje y arbitraria. Y me parece que, en situaciones como las nuestras, sería difícil que el estado no planteara una distinción entre actos punibles por ley y actos que no es conveniente castigar por ley. Esto no quiere decir en absoluto “licencia para matar”, sino que el estado prefiere no intervenir en todos los casos posibles, pero se esfuerza por reducir el número de abortos, en impedirlos con todos los medios posibles, especialmente después de un cierto tiempo desde el principio del embarazo, y se compromete a que disminuyan tanto como sea posible las causas del aborto y a exigir precauciones para que la mujer que decida no obstante llevar a cabo este acto, no punible penalmente en circunstancias concretas, no resulte herida gravemente hasta arriesgar la vida. Esto sucede en particular, como usted recuerda, en el caso de abortos clandestinos, y por lo tanto, en resumidas cuentas, es positivo que la ley haya contribuido a reducirlos y tienda a eliminarlos.
Me hago cargo de que en Italia, con la existencia del Servicio Sanitario Nacional, esto implica una cierta cooperación en el aborto por parte de las estructuras públicas. Veo toda la dificultad moral de esta situación, pero yo no sabría actualmente qué sugerir, porque cualquier solución que se quisiera buscar implicaría probablemente aspectos negativos. Por esta razón, el aborto es siempre algo dramático, que no puede ser considerado en manera alguna como un remedio para la superpoblación, como me parece que sucede en ciertos países.
Naturalmente yo no pretendo incluir en este juicio las situaciones límite, muy dolorosas y quizás también raras, pero que se pueden presentar de hecho, en las que un feto amenaza gravemente la vida de la madre. En estos y en otros casos semejantes, me parece que la teología moral desde siempre ha apoyado el principio de la legítima defensa y del mal menor, aunque se trate de una realidad que demuestra la naturaleza dramática y frágil de la condición humana. Por esto la Iglesia ha proclamado también como heroica y ejemplarmente evangélica la conducta de algunas mujeres que han escogido evitar cualquier daño a la nueva vida que llevaban en sus vientres, aun a costa de pagarlo con su propia vida.
Pero no puedo aplicar este principio de la defensa legítima y/o del mal menor a otros casos extremos que usted antes ha planteado, ni puedo acogerme al principio de la “conscientia perplexa”, que no entiendo bien qué significa. Me parece que aún en los casos en los en que una mujer no pueda, para varias razones, cuidar de su niño, no deben faltar otras personas o instituciones que se ofrezcan para criarlo y cuidarlo. Pero en todo caso, sostengo que se debe respetar a toda persona que, quizás tras mucha reflexión y sufrimiento, en estos casos extremos sigue su propia conciencia, incluso si se decide a hacer algo que yo no estoy en condiciones de aprobar.
¿Compensación por la donación de órganos?
MARINO – Hay un tema que me atañe directamente, dado que desde hace más de veinticinco años que yo me he ocupado de trasplantes de órganos. Gracias a los trasplantes millares de personas que de otro modo estarían destinadas a una muerte cierta han sido curadas y gozan hoy de una vida muy completa desde todos puntos de vista. La limitación primaria en la expansión de esta terapia es el número insuficiente de donantes y de órganos para trasplantar, y como consecuencia muchas personas mueren en lista de espera.
Para aumentar el número de donantes, en algunos países, principalmente Gran Bretaña, se ha planteado la hipótesis de establecer una compensación para las familias que deciden donar órganos de parientes después de la muerte. Esto podría llevar probablemente a un aumento en el número de donaciones y trasplantes, respondiendo así a las necesidades de enfermos que están en lista de espera del órgano que salve su vida. Pero esta hipótesis contiene en sí el presupuesto para un tratamiento desigual. ¿No se corre el peligro de crear una situación en la que sólo los menos afortunados, incentivados por el estímulo de la compensación, estarían dispuestos a donar órganos, mientras los más ricos se limitarían a recibirlos? ¿Y la donación, por su misma naturaleza, no debería siempre y exclusivamente estar basada en el principio de la igualdad?
MARTINI – Personalmente siento mucho lo que usted afirma al final, es decir, la importancia del principio de igualdad y los peligros gravísimos de una hipótesis de compensación por los órganos. Me parece que la alternativa correcta es promover tanto como sea posible el principio de la donación y hacer crecer la conciencia colectiva en este asunto. Habría que augurar que no haya quien muera en lista de espera mientras haya órganos disponibles.
VIH y SIDA
MARINO – La cuestión de la igualdad nos lleva directamente a preguntarnos sobre problemas y enfermedades que afligen a millones de personas en todo el mundo, sobre todo en los países más pobres y desfavorecidos, para quienes la idea de la igualdad se queda en un sueño lejano, si no en una utopía total. ¿Cómo no podemos pensar inmediatamente en el SIDA? Alrededor de 42 millones de personas en el mundo lleva el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). En 2005 sólo, según los datos proporcionados por las agencias de la ONU, 3 millones de personas murieron de SIDA, mientras se registraron 5 millones de infecciones nuevas. El 60 por ciento de los portadores del virus vive en los países más pobres del África subsahariana, con una incidencia media en la población entre el 5 y el 10 por ciento, hasta el 25-30 por ciento en algunos países como Botswana o Zimbabwe.
El VIH es el azote de un continente que genera no sólo enfermos sino huérfanos, pobreza, imposibilidad de mejorar las condiciones de vida. En el mundo Occidental hoy el virus se mantiene bajo control gracias al progreso en las terapias farmacológicas que permiten que una persona seropositiva lleve una vida completamente normal, con una esperanza de vida semejante a la de personas no afectadas por el virus. Hasta hace algunos años, el costo anual de medicamentos para una persona seropositiva giraba en torno a los diez mil euros, una cifra prohibitiva que sólo podía sostenerse en países con un sistema nacional de salud. Hoy los precios, en régimen de competencia, han bajado hasta situarse a mitad de 2003 en 700 euros para medicinas de marca (producidas por compañías farmacéuticas multinacionales) y en unos 200 euros para productos genéricos fabricados por India, Brasil y Tailandia. A pesar de estos logros importantes, en muchos países africanos el gasto per capita en salud no supera los 10 dólares por año, lo que imposibilita de hecho el acceso a medicinas y terapias para luchar contra el SIDA, sin cesar de difundirse el virus.
Sabemos que contra el SIDA se puede luchar en parte con la prevención y el uso de condones. ¿Cómo puede aceptarse el no promover el uso de condones para contribuir al control de la extensión del virus? ¿Es o no un deber de los gobiernos hacer opciones y tomar decisiones en este asunto? Y con respecto a la doctrina oficial de la Iglesia Católica, ¿no se trataría de optar por una mal menor, contribuyendo a salvar muchas vidas humanas?
MARTINI – Las cifras que usted aporta provocan confusión y desolación. En nuestro mundo occidental es bastante difícil tomar conciencia de cuánto sufrimiento hay en ciertas naciones. Habiéndolas visitado personalmente, yo he presenciado este sufrimiento, que en general es soportado con la mayor dignidad y casi en silencio.
Es necesario hacer todo lo posible para oponerse al SIDA. Ciertamente, en algunas situaciones el uso de condones puede constituir un mal menor. Se da la situación particular de esposos, uno de los cuales se contagia de SIDA. El infectado está obligado a proteger al otro cónyuge, que debe estar también interesado en tomar las medidas protectoras. Pero la cuestión está sin embargo en si es conveniente que las autoridades religiosas sean las que promuevan tales medios de defensa, casi como si se creyera que los otros medios moralmente sostenibles, incluida la abstinencia, deban ponerse en segundo lugar, arriesgando así el promover una actitud irresponsable. Una cosa es el principio del mal menor, aplicable en todos los casos previstos por la doctrina ética, y otra cosa es determinar a quién corresponde expresar tales cosas públicamente. Creo que la prudencia y la consideración de las situaciones particulares diferentes permitirán a todos contribuir efectivamente a la lucha contra el SIDA sin fomentar con ello conductas irresponsables.
Pero creo que ha llegado el momento en nuestro diálogo de pasar a otra serie de problemas que tienen que ver con la vida, y precisamente a los problemas que se refieren a su final. Es necesario vivir con dignidad, y para ello morir también con dignidad. Ahora bien, como usted sabe, sobre todo en Occidente, se plantean problemas muy graves.
El fin de la vida
MARINO – Usted ciertamente piensa sobre todo en la eutanasia, una palabra alrededor de la cual siempre se crea una gran confusión porque tiene múltiples significados. Por esta razón, yo prefiero no hablar en términos abstractos, sino expresarme de manera muy concreta. ¿Es o no permisible que una persona induzca voluntariamente la muerte de otra, que está gravemente enferma y sometida a un dolor físico devastador, precisamente para aliviar este dolor? Frente a una situación irreversible en que la muerte es inevitable, sostengo que es absolutamente necesario administrar fármacos como la morfina, que alivian el dolor y permiten al enfermo aguantar el paso de la vida a la muerte con mayor tranquilidad. Esto es lo que se hace en estas circunstancias dramáticas, en todas las unidades de reanimación en los Estados Unidos. Yo mismo -a pesar de mi sufrimiento como médico porque uno quisiera siempre salvar la vida de su paciente-, cuando trabajaba en los Estados Unidos, tuve que decidir varias veces suspender todo tratamiento. Es un momento doloroso para la familia, y, yo le aseguro, para el médico también, pero es una aceptación honesta de que no se puede hacer nada más que evitar la prolongación de un sufrimiento que es inútil y dañino para la dignidad del paciente. Italia todavía no tiene una ley que regule este asunto, hasta el punto que si siguiera ese mismo procedimiento en nuestro país, podría ser detenido y podría ser condenado de homicidio, aunque se trata simplemente de no ensañarse con terapias sin sentido.
No estoy en cambio de acuerdo con administrar sustancias tóxicas con el fin de parar el corazón de enfermo e inducirle la muerte. Pero aunque condene el acto, yo no estoy seguro de que la persona que lo ejecute deba ser condenada. Daré un ejemplo: en una película reciente ganadora de un Oscar, “One Million Dollar Baby”, se describe el drama de una mujer reducida a un estado semivegetativo tras herirse gravemente en un accidente deportivo, que pide a un hombre, su punto principal de referencia en la vida, que le ayude a terminar su sufrimiento físico y psicológico. El hombre inicialmente se niega, pero después acepta, porque él cree que esto es un acto de gran amor hacia al ser humano que más quiere. Aunque yo no sea capaz de justificar la idea de suprimir una vida, me pregunto cómo en situaciones semejantes uno puede condenar el acto de una persona que obra a petición de un enfermo y guiado por un puro sentimiento de amor. Y por otro lado, ¿es lícito aceptar el principio de no condenar a una persona que mata?
MARTINI – Estoy de acuerdo con usted en que nunca puede ser aprobada la acción de alguien que induce la muerte de otro, especialmente si es un médico, cuyo objetivo es la vida del enfermo, no la muerte. Pero tampoco yo quisiera condenar a esas personas que llevan a cabo tal acción a petición de una persona impedida hasta ese extremo y guiadas por un puro sentimiento del altruismo, ni a quienes en condiciones desastrosas, físicas y psicológicas, piden esto para sí mismos.
Pero mantengo también que es importante hacer las distinciones fundamentales entre acciones que traen la vida y las que traen la muerte. Estas últimas nunca pueden ser aprobadas. Mantengo que en este punto siempre debe prevalecer el sentimiento profundo de confianza fundamental en la vida que, a pesar de todo, encuentra significado en cada momento de la existencia humana, un significado que ninguna circunstancia por adversa que sea pueda destruir.
Pero sé que no obstante uno puede experimentar las tentaciones de la desesperación sobre el significado de la vida, y pensar en el suicidio para sí mismo o para otros, y por eso ruego ante todo por mí y por los demás, para que el Señor proteja a cada uno de nosotros de estas pruebas terribles. En todo caso, es muy importante estar cerca de los que están gravemente enfermos, especialmente los terminales, y hacerles sentir que se les quiere y que su existencia tiene siempre un gran valor y está abierta a una gran esperanza. El médico, también, tiene una misión importante a este respecto.
Ensañamiento terapéutico e interrupción del tratamiento
MARINO – En relación con este tema está el del ensañamiento terapéutico. La tecnología actual es capaz de mantener vivos a enfermos que hasta hace algunos años ni siquiera eran llevados a una unidad de reanimación. El progreso científico permite la prolongación artificial de la vida de una persona que ha perdido toda esperanza de volver a un estado de salud aceptable. Por esto parece urgente encarar el problema de la interrupción del tratamiento.
Cada forma de ensañamiento terapéutico debería ser evitada porque se opone al respeto debido a la dignidad humana. Para la Iglesia, la suspensión del tratamiento se considera como la aceptación de un acontecimiento natural, una decisión de no forzar más las cosas. El Catecismo de la Iglesia Católica dice:
“La interrupción de procedimientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados al resultado esperado puede ser legítimo. En ese caso se produce la renuncia al ensañamiento terapéutico. No se quiere causar la muerte; se acepta la incapacidad de evitarla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente si él es competente y capaz o, si no, por quienes están legalmente autorizados a actuar por el paciente, respetando siempre su razonable voluntad y sus intereses legítimos.”
Existen instrumentos legales, como el testamento vital, que permiten a un individuo indicar con precisión, y en un momento de la tranquilidad emocional, hasta qué punto desea aceptar el recurso al tratamiento extraordinario. El testamento vital representa un instrumento sumamente válido para ayudar al médico y a la familia a tomar la decisión final. Debería basarse en reglas flexibles e idicar a una persona de confianza para que interprete los deseos de ese individuo, teniendo presente el progreso científico posterior.
Muchos países han adoptado esto con resultados buenos. En Italia, un proyecto de ley fue presentado al senado tiempo atrás, pero aguarda todavía el debate. ¿No sería este el momento de empezar una reflexión seria y compartida para introducir tan pronto como sea posible en nuestro país también una ley sobre el final de la vida, uno de los momentos más importantes de nuestra existencia?
MARTINI – El pasaje que usted citó del Catecismo de la Iglesia Católica lo dice todo. Pero si uno quiere legislar en este asunto, es importante que no se introduzcan escapatorias que conduzcan hacia la llamada eutanasia de la que hablamos antes. Por esto dudo sobre el instrumento del testamento vital. No he estudiado este tema y no sabría dar una opinión definitiva. Mantengo con usted que una reflexión seria y compartida sobre el final de la vida podría ser útil, con tal que sea sinceramente seria y compartida, sin prestarse a una especulación partidista y, sobre todo, sin introducir de algún modo aperturas a un tipo de decisión sobre la propia muerte que repugnan al sentido profundo de la vida, como se ha dicho antes.
La ciencia y el sentido del límite
MARINO – Para acabar quisiera proponer una reflexión más general. El conocimiento, el progreso científico, los avances tecnológicos, crean las oportunidades extraordinarias para el crecimiento de nuestro planeta. Pero al mismo tiempo ellos depositan un gran poder en manos de investigadores y científicos, ya que ellos están en disposición de intervenir en los mecanismos que regulan el principio de la vida y su fin.
La ciencia corre más rápida que el resto de la sociedad, y también más rápida que los legisladores, encargados de establecer las reglas y que muy a menudo son incapaces de intervenir a tiempo.
Desde mi punto de vista, debería exigirse con firmeza a los científicos implicados que asumieran su responsabilidad en un campo de investigación en el que está en juego la esencia de la vida, su creación y su final. Partiendo del principio de que la evaluación racional es imprescindible, el investigador debería ser también disciplinado en el uso de su libertad por un sentido de responsabilidad ponderado tras una evaluación de los riesgos y consecuencias.
No se trata de apelar a la fe ni a la religión sino de acentuar una toma de conciencia por parte de cada científico. Esto no significa querer detener el progreso científico, sino preservar y respetar nuestro bien más precioso, la vida.
Pero la historia desgraciadamente nos enseña que una apelación a la responsabilidad individual a veces no es suficiente. Por esta razón, los científicos deben proporcionar toda la útil información que ellos tienen, y al final deben ser los parlamentos o, mejor, las instituciones trasnacionales quienes establezcan las reglas en base al sentir común de los ciudadanos.
MARTINI – Estamos todos repletos de admiración y de asombro, y por tanto también de agradecimiento a Dios, por el formidable progreso científico y tecnológico de estos años, que permite y permitirá siempre procurar más y mejor la salud a las personas. Al mismo tiempo somos conscientes, como usted dice, del gran poder que tienen en sus manos los investigadores y científicos y de la firme asunción de responsabilidad que debe permitir a ellos realizar su investigación sin dejar de evaluar los riesgos y las consecuencias de sus acciones. Éstas siempre deben contribuir al bien de la vida y nunca a lo contrario.
Por esto es necesario saberse parar, no sobrepasar los límites. Me inclino a alimentar la esperanza en el sentido de responsabilidad de estos hombres y quisiera que ellos tuvieran la libertad de investigación e iniciativa que permitiera el avance de la ciencia y de la tecnología, respetando al mismo tiempo los parámetros inatacables de la dignidad de cada persona humana. Sé también que nosotros no podemos parar el progreso científico, pero le podemos ayudar a los científicos a ser cada vez más responsables. Como usted dice, no se trata de apelar a la fe ni a la religión, sino de señalar al sentido ético que cada uno tenemos dentro de nosotros.
Ciertamente, también las leyes buenas y oportunas pueden ayudar, pero como usted afirma, hoy la ciencia corre más rápida que los parlamentos. Así que lo que se necesita es una sacudida de la conciencia y un añadido de buena voluntad para conseguir que el hombre no devore al hombre, sino que le sirva y le ayude. También las instituciones trasnacionales deben estar alerta del peligro que todos corremos y de la necesidad de intervenir oportuna y responsablemente. En toda esta materia cada uno de nosotros debemos aportar nuestra parte: los científicos, los técnicos, las universidades y los centros de investigación, los políticos, los gobiernos y los parlamentos, la opinión pública y también las Iglesias.
En cuanto concierne a la Iglesia Católica, quisiera subrayar sobre todo su papel formativo. Ella está llamada a formar conciencias, a enseñar el discernimiento de lo mejor en cada situación, a mostrar las motivaciones profundas para las buenas acciones. En mi opinión no serán muy útiles las prohibiciones y los “no”, sobre todo si son prematuros, aunque a veces será necesario saber decirlos. Lo más útil será una formación de la mente y del corazón hacia el respeto, el amor y el servicio de la dignidad de la persona en todas sus manifestaciones, con la certeza de que cada ser humano está destinado a participar de la plenitud de la vida divina y que esto puede exigir también sacrificios y renuncias.
No se trata de oscilar entre rigorismo y laxismo, sino de dar los motivos espirituales que conducen al amor al prójimo como a sí mismo –o, más bien, como Dios nos ha amado– y también al respeto y amor a nuestro cuerpo. Como afirma San Pablo, el cuerpo es para el Señor y el Señor es para el cuerpo. Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está dentro de nosotros y que tenemos de Dios: por esta razón, nosotros no pertenecemos a nosotros mismos y estamos llamados a glorificar Dios en nuestro cuerpo, es decir, en la totalidad de nuestra existencia sobre esta tierra (cf. 1 Corintios 6,13 y 19-20).
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Dios mio , Señor mio .
Cristaluz, la entrevista es enormemente larga y no he podido leerla toda, le he pasado la vista por encima y solo deseo poner dos puntos.
¿Habrá tenido el cardenal Martini conocimiento de estos deseos de apertura de Benedicto XVI y le estará desbrozando el camino? ¿O más bien, como opina Sandro Magister en Chiesa, de donde hemos sacado el texto, significa “el primer gran acto de oposición a este pontificado, en los altos niveles de la Iglesia”? Sea lo que sea, la verdad es que este diálogo con un reputado científico -jefe de una unidad de trasplantes en Filadelfia-, católico y senador de la coalición de izquierdas, no tiene desperdicio. 
Querer ver significados eclesiales de posicionamiento en estas declaraciones lo veo increiblemente malévolo. No veo oposición a la enseñanza moral de la Iglesia por ninguna parte, y las oponiones que da El Cardenal Martini que merece todo mi respeto y admiración, son ponderadas y profundas. Quizás su sentido no sea muy accesible al lector medio, ya que matiza con extraordinaria finura sus opiniones.
El segundo punto es sobre el condón, el punto que ha sido motivo para querer buscar cinco pies al gato, y tener algo nuevo para escandalizarse, en pro o en contra de una supuesta opinión del Cardenal. El párrafo que sigue, si no me equivoco:
Es necesario hacer todo lo posible para oponerse al SIDA. Ciertamente, en algunas situaciones el uso de condones puede constituir un mal menor. Se da la situación particular de esposos, uno de los cuales se contagia de SIDA. El infectado está obligado a proteger al otro cónyuge, que debe estar también interesado en tomar las medidas protectoras. Pero la cuestión está sin embargo en si es conveniente que las autoridades religiosas sean las que promuevan tales medios de defensa, casi como si se creyera que los otros medios moralmente sostenibles, incluida la abstinencia, deban ponerse en segundo lugar, arriesgando así el promover una actitud irresponsable. Una cosa es el principio del mal menor, aplicable en todos los casos previstos por la doctrina ética, y otra cosa es determinar a quién corresponde expresar tales cosas públicamente. Creo que la prudencia y la consideración de las situaciones particulares diferentes permitirán a todos contribuir efectivamente a la lucha contra el SIDA sin fomentar con ello conductas irresponsables.
Encuentro estupendas estas declaraciones. Las leeré en su totalidad cuando pueda.
Maricruz
Cristaluz,
te agradezco mucho el haber traido la entrevista completa, sobre todo para poder encuadrar en su contexto los planteamientos de Monseñor Carlo María Martini.
Creo que, más que ponerse uno a analizar punto por punto todos los supuestos aquí planteados, que son muchos y sobre cuestiones bastante complejas, habría que buscar algunas ideas fundamentales que se encuentran en la base de todos los planteamientos...no se trata por tanto de leer con lupa lo que dice el cardenal, buscando (pienso yo que con cierta mala intención) si está en contra de la doctrina de la Iglesia (cosa que yo a priori no pienso cuestionar), sino si podemos aprender algo de la manera como el cardenal aborda las cuestiones, y si ese algo podemos aplicarlo a nuestras vidas.
Ideas fundamentales que yo encuentro (por supuesto, habrá más):
- Hay situaciones límite en las que los planteamientos éticos no son nítidos. La Iglesia a través de la doctrina nos expone unos criterios generales en base a los cuales nos podemos guiar a la hora de actuar éticamente. Estos criterios son muy nítidos en la mayor parte de las situaciones, pero podemos encontrarnos con circunstancias extremas que nos hagan dudar de la conveniencia de guiarnos por tal o cual principio, circunstancias en las que varios principios se encuentran en colisión, ciertas áreas de indefinición o incertidumbre en las que a veces incluso no es posible optar por un bien, sino que sólo podemos optar por el mal en mayor o menor grado. La Iglesia plantea como principio el hecho de que, si es imposible optar por un bien, se hace necesario optar por el "mal menor"...pero mal menor entendido como acto realizable tras un concienzudo análisis de la situación, en la que es imposible hacer el bien, y no mal menor entendido como pretexto para no hacer el bien.
- Unido a lo anterior, la Iglesia nos propone un marco dentro del cual encuadrar nuestras decisiones, pero en modo alguno propone una casuística legal exhaustiva que nos diga, hasta en el detalle más mínimo, qué debemos hacer (al estilo de la Ley mosaica). Aquí nos encontramos con la posibilidad real de ejercer nuestra libertad de modo responsable (punto clave de la predicación de Cristo, sobre todo en torno a cuestiones como la del shabatt).
- La Iglesia, como madre y maestra que es, aconseja seguir determinados comportamientos y reprueba otros, pero no puede condenar a las personas que realizan actos reprobables debido a que se encuentran sometidas a situaciones límite. La Iglesia, al igual que Dios, "sabe de qué estamos hechos, sabe que sólo somos barro"...por lo tanto, aunque no puede aprobar determinados comportamientos, siempre tiene los brazos abiertos para acoger al pecador. La Iglesia propone siempre determinadas formas de actuar que son heróicas, pero comprende que no todos tengan las suficientes fuerzas como para actuar de esa manera.
Finalmente, quisiera destacar un par de párrafos que creo resumen muy bien la cuestión, y que a mi modo de ver son luminosos.
En cuanto concierne a la Iglesia Católica, quisiera subrayar sobre todo su papel formativo. Ella está llamada a formar conciencias, a enseñar el discernimiento de lo mejor en cada situación, a mostrar las motivaciones profundas para las buenas acciones. En mi opinión no serán muy útiles las prohibiciones y los “no”, sobre todo si son prematuros, aunque a veces será necesario saber decirlos. Lo más útil será una formación de la mente y del corazón hacia el respeto, el amor y el servicio de la dignidad de la persona en todas sus manifestaciones, con la certeza de que cada ser humano está destinado a participar de la plenitud de la vida divina y que esto puede exigir también sacrificios y renuncias.No se trata de oscilar entre rigorismo y laxismo, sino de dar los motivos espirituales que conducen al amor al prójimo como a sí mismo –o, más bien, como Dios nos ha amado– y también al respeto y amor a nuestro cuerpo. Como afirma San Pablo, el cuerpo es para el Señor y el Señor es para el cuerpo. Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está dentro de nosotros y que tenemos de Dios: por esta razón, nosotros no pertenecemos a nosotros mismos y estamos llamados a glorificar Dios en nuestro cuerpo, es decir, en la totalidad de nuestra existencia sobre esta tierra (cf. 1 Corintios 6,13 y 19-20).
Un abrazo.
"Habla, Señor, que tu siervo escucha".
¡Totalmente de acuerdo con lo que dices, Kanbei!!!! Y es en esto, en no comprender estos principios donde se tropieza tanto dentro y fuera de la Iglesia, cuando interpretan la moral cristiana.
Cristaluz, mejor vas a la fuente y a las respuestas de la propia Iglesia.
Dialogo sulla vita
http://.www.chiesa.espressonline.it/dettaglio.jsp?id=53021
Colloquio tra Carlo Maria Martini e Ignazio Marino
MARTINI – Caro professor Marino, ho letto con molto interesse e partecipazione il suo libro “Credere e curare”. Mi ha colpito da una parte il suo amore per la professione medica e il suo interesse dominante per il malato e dall’altra la sua obiettività di giudizio, il suo equilibrio nel trattare problemi di frontiera, là dove le esigenze mediche si incontrano e talora sembrano scontrarsi con le esigenze etiche. Ho visto come lei non vuole rinunciare né alla sua oggettività professionale di medico né alla sua coscienza di uomo e anche di credente.
Tutto ciò mi pare molto importante per quel “dialogo sulla vita” che interessa giustamente tanto i nostri contemporanei, soprattutto per quei casi limite in cui gli ardimenti della scienza e della tecnica destano da una parte meraviglia e gratitudine e dall’altra suscitano preoccupazione per la specie umana e la sua dignità.
Tutto questo rende necessario e urgente un “dialogo sulla vita” che non parta da preconcetti o da posizioni pregiudiziali ma sia aperto e libero e nello stesso tempo rispettoso e responsabile.
MARINO – Vedo anch’io molte ragioni per un dialogo oggettivo, approfondito e sincero sul tema della vita umana. Viviamo infatti un momento storico particolare in cui il progresso scientifico ha rivoluzionato la posizione dell’essere umano nei confronti della vita, della malattia e della morte.
Oggi, diversamente da ieri, si può nascere in molti modi diversi, si può essere curati con terapie straordinarie e mantenuti per lungo tempo, in un reparto di rianimazione, in uno stato che può essere chiamato “vita” semplicemente dal punto di vista delle funzioni fisiologiche. La morte è sempre più considerata come un evento eccezionale da evitare e non il naturale traguardo a cui giunge inevitabilmente ogni vita umana.
Questi cambiamenti influenzano non solo il corso della nostra esistenza ma anche il modo di concepire la vita, la malattia e la morte. Per questo non è possibile ignorare gli innumerevoli quesiti etici che emergono dai continui cambiamenti legati alle nuove tecnologie e alle possibilità che la scienza mette a disposizione degli uomini.
Il dialogo su questi temi e il confronto tra uomini di diversa formazione e con differenti ruoli all’interno della società può contribuire alla circolazione di idee e posizioni volte ad individuare punti di incontro e non di divisione.
Su temi così delicati, infatti, il rischio è di cadere in facili contrapposizioni e strumentalizzazioni che non portano alcun vantaggio se non quello di creare fratture nella società. Invece, se il ragionamento viene condotto onestamente e con spirito di sincera apertura, è possibile individuare percorsi comuni o per lo meno non troppo divergenti.
L’inizio della vita
MARTINI – Sono pienamente d’accordo sulle sue premesse. Là dove per il progresso della scienza e della tecnica si creano zone di frontiera o zone grigie, dove non è subito evidente quale sia il vero bene dell’uomo e della donna, sia di questo singolo sia dell’umanità intera, è buona regola astenersi anzitutto dal giudicare frettolosamente e poi discutere con serenità, così da non creare inutili divisioni.
Penso che potremmo iniziare qualche esperimento di un simile dialogo partendo dall’inizio della vita e in particolare da quella prassi, oggi sempre più comune, che si chiama “fecondazione medicalmente assistita” e alla sorte degli embrioni che vengono utilizzati a questo scopo. Su ciò vi sono non poche divergenze di pareri e anche incertezze di vocabolario e di prassi. Vuole chiarire un poco questo punto, sulla base della sua competenza?
MARINO – Oggi è possibile creare una vita in provetta, ricorrendo alla fecondazione artificiale. In presenza di problemi di fertilità all’interno di una coppia, la fecondazione artificiale può servire allo scopo di completare una famiglia con un figlio. Tuttavia, questa pratica si è diffusa in Italia e in molti altri paesi del mondo senza una regolamentazione prevista dalla legge. La scienza e le sue applicazioni mediche hanno camminato più rapidamente dei legislatori e, per questo motivo, ora ci troviamo ad affrontare il problema di migliaia di embrioni umani congelati e conservati nei frigoriferi delle cliniche per l’infertilità, senza che si sia deciso quale dovrà essere il loro destino.
L’attuale legge italiana, per evitare di perpetuare la produzione di embrioni di riserva che non vengono utilizzati, ha scelto una via semplicistica: crearne solo tre alla volta e impiantarli tutti nell’utero della donna. Ma questo numero, se si ragiona su base scientifica, dovrebbe essere flessibile e determinato caso per caso, secondo le condizioni mediche della coppia.
Però, la scienza viene in aiuto per suggerire delle alternative alla creazione e al congelamento degli embrioni. Esistono delle tecniche più sofisticate di quelle utilizzate oggi, che prevedono il congelamento non dell’embrione ma dell’ovocita allo stadio dei due pronuclei, cioè nel momento in cui i due corredi cromosomici, quello femminile e quello maschile, sono ancora separati e non esiste ancora un nuovo Dna.
In questa fase non è possibile sapere che strada prenderanno le cellule nel momento in cui inizieranno a riprodursi: potrebbero dare origine ad un bambino come a due gemelli monozigoti. Non c’è l’embrione, non c’è un nuovo patrimonio genetico e quindi non c’è un nuovo individuo.
Dal punto di vista biologico non c’è una nuova vita. Possiamo allora pensare che essa non ci sia nemmeno dal punto di vista spirituale e quindi che non esistano problemi nel valutare l’idea di seguire questa strada anche da parte di chi ha una fede?
MARTINI – Capisco come questi fatti angustino molte persone, soprattutto quelle più sensibili ai problemi etici. E insieme sono convinto che i processi della vita, e quindi anche quelli della trasmissione della vita, formano un continuum in cui è difficile individuare i momenti di un vero e proprio salto di qualità. Questo fa sì che quando si tratta della vita umana, occorre un grande rispetto e un grande riserbo su tutto ciò che in qualche modo la manipola o la potrebbe strumentalizzare, fin dai suoi inizi.
Ma ciò non vuol dire che non si possano individuare momenti in cui non appare ancora alcun segno di vita umana singolarmente definibile. Mi pare questo il caso che lei propone dell’ovocita allo stadio dei due pronuclei. In questo caso mi sembra che la regola generale del rispetto può coniugarsi con quel trattamento tecnico che lei suggerisce.
Mi pare anche che quanto lei propone permetterebbe il superamento di quel rifiuto di ogni forma di fecondazione artificiale che è ancora presente in non pochi ambienti e che produce un doloroso divario tra la prassi ammessa comunemente dalla gente e anche sancita dalle leggi e l’atteggiamento almeno teorico di molti credenti. Ritengo comunque opportuna una distinzione tra fecondazione omologa e fecondazione eterologa. Ma mi sembra che un rifiuto radicale di ogni forma di fecondazione artificiale fosse basato soprattutto sul problema della sorte degli embrioni. Nella proposta che lei illustra tale problema potrebbe trovare un superamento.
La fecondazione eterologa
MARINO – Lei ha accennato anche alla distinzione tra fecondazione omologa ed eterologa. Il problema è molto discusso. Infatti, se il desiderio di una coppia di creare una famiglia non può essere compiuto a causa di problemi di infertilità o per la presenza di malattie genetiche in uno dei due potenziali genitori, perché non ricorrere al seme o all’ovocita di un individuo esterno alla coppia? Non potrebbe rappresentare una soluzione per riuscire ad andare incontro a quel desiderio di famiglia? Il patrimonio genetico conta comunque di più?
Riflettendo su questo tema, la mia prima valutazione sarebbe in favore della fecondazione eterologa, se questa è l’unico mezzo per avere un figlio e se per la donna è importante avere una gravidanza. Però mi sono confrontato anche con chi sostiene che la fecondazione eterologa non di rado introduce un disequilibrio nella coppia tra il genitore biologico, che trasmette al figlio parte del proprio Dna e l’altro.
Alcuni studi pubblicati su riviste scientifiche e condotti in paesi dove la fecondazione eterologa è ammessa, hanno evidenziato che si può effettivamente creare un nucleo familiare psicologicamente sbilanciato a favore del genitore che ha trasmesso al figlio una parte del proprio patrimonio genetico, come se in qualche modo un genitore valesse più dell’altro.
Un’altra questione riguarda la trasparenza: il bambino che nasce da una fecondazione eterologa dovrebbe esserne informato? E, se la risposta è affermativa, è giusto seguire un percorso che può creare traumi psicologici, anche se nasce dal desiderio di avere un figlio? Vietare per legge il ricorso alla fecondazione eterologa significa limitare la libertà dei cittadini o va interpretata come una tutela per il futuro di chi verrà dopo di noi?
MARTINI – Le obiezioni di natura psicologica che lei ha ricordato sono appunto tra i motivi che hanno bloccato non pochi sul fatto di procedere sulla via della fecondazione eterologa, anche se ciò può comportare sofferenze per alcuni. Si aggiunge dal punto di vista etico la protezione del rapporto privilegiato che col matrimonio si viene ad istituire tra un uomo e una donna.
Personalmente tuttavia rifletto anche sulle situazioni che si vengono a creare con le varie forme di adozione e di affido, dove al di là del patrimonio genetico è possibile instaurare un vero rapporto affettivo ed educativo con chi non è genitore nel senso fisico del termine. Sarei dunque prudente nell’esprimermi su quei casi che lei ricorda, dove non è possibile ricorrere al seme o all’ovocita all’interno della coppia. Tanto più là dove si tratta di decidere della sorte di embrioni altrimenti destinati a perire e la cui inserzione nel seno di una donna anche single sembrerebbe preferibile alla pura e semplice distruzione.
Mi pare che siamo in quelle zone grigie di cui parlavo sopra, in cui la probabilità maggiore sta ancora dalla parte del rifiuto della fecondazione eterologa, ma in cui non è forse opportuno ostentare una certezza che attende ancora conferme ed esperimenti.
La ricerca sulle cellule staminali embrionali
MARINO – I problemi connessi con gli embrioni hanno suscitato aspre discussioni anche sull’utilizzo a scopo di ricerca delle cellule staminali prelevate dagli embrioni stessi. Il referendum sulla procreazione medicalmente assistita del giugno 2005 chiedeva, tra le altre cose, di abrogare l’articolo della legge 40 in cui si vieta l’utilizzo di queste cellule staminali.
Dal punto di vista scientifico è ipotizzabile, anche se non ancora confermato, che le cellule staminali embrionali siano le più adatte ai fini di ricerca, per individuare terapie per curare malattie molto gravi, dal morbo di Parkinson all’Alzheimer ecc. Esistono altri tipi di cellule staminali, prelevate da tessuti adulti o dal cordone ombelicale, che già oggi vengono utilizzate con qualche successo.
Quasi tutti i ricercatori concordano sul fatto che non sia necessario creare embrioni con il solo scopo di prelevarne le cellule staminali: si possono infatti acquistare linee cellulari per condurre le ricerche, e, inoltre, studi molto recenti condotti sui topi hanno dimostrato la possibilità di ottenere cellule che abbiano le stesse caratteristiche delle staminali embrionali senza dover creare degli embrioni.
Resta in sospeso la questione che riguarda gli embrioni conservati nelle cliniche per l’infertilità e che con ogni probabilità non verranno mai utilizzati da nessuna coppia. La loro fine è certa, ma è meglio lasciarli morire nel freddo oppure utilizzare le preziose cellule per scopi di ricerca? In una visione di ortodossia religiosa, si tratta di vite e come tali non possono essere soppresse per prelevare le cellule a scopo terapeutico, anche se un giorno quegli embrioni saranno comunque distrutti. Si tratterebbe della diversità tra uccidere e il lasciar morire.
Questo punto è eticamente superabile? Non è opportuno chiedere la donazione delle cellule staminali embrionali da destinare ai laboratori per sostenere la ricerca a favore di malattie oggi incurabili?
MARTINI – Innanzi tutto sono impressionato dalla prudenza con cui lei parla dell’efficacia terapeutica delle cellule staminali. Mi pare di capire che siamo ancora nel campo della ricerca e che quindi non è onesto propagandare certezze sull’efficacia curativa di queste cellule prima che ciò sia stato debitamente provato. Mi rallegro anche per il fatto che non è più ritenuto necessario creare degli embrioni con lo scopo di produrre le cellule staminali e che sono stati eleborati metodi alternativi che non pongono problemi alla coscienza. È un motivo in più per avere fiducia in quella intelligenza che il Signore ha dato all’uomo perché superi i problemi che la vita pone. È nel nome di questa stessa intelligenza che non vedo possibile pensare a una utilizzazione di cellule staminali embrionali per la ricerca. Ciò sarebbe contro tutti i principi esposti finora.
Gli embrioni congelati esistenti
MARINO – La sua risposta mi permette di allargare la riflessione alla sorte degli embrioni esistenti anche al di là di quanto sopra ipotizzato. Quando essi non vengono utilizzati, che cosa sarebbe etico fare?
Attualmente non è stata individuata una soluzione, se non quella di abbandonare le provette nei congelatori. Ma è eticamente corretto ed accettabile tollerare che migliaia di embrioni umani restino congelati nelle cliniche per l’infertilità, attendendo semplicemente che si spengano nel freddo con il passare degli anni?
Non potrebbero per esempio essere destinati a donne single che desiderano avere una gravidanza? Oppure a coppie con problemi legati a malattie genetiche che non possono ricorrere alla fecondazione artificiale normale per evitare il rischio di trasmissione del difetto genetico?
MARTINI – Mi pare che qui siamo di fronte a un conflitto di valori, più evidente nel caso della donna single che desidera avere una gravidanza, ma esistente anche, per i motivi che ho detto sopra, per coppie che per gravi ragioni mediche non possono ricorrere alla fecondazione artificiale normale. Là dove c’è un conflitto di valori, mi parrebbe eticamente più significativo propendere per quella soluzione che permette a una vita di espandersi piuttosto che lasciarla morire. Ma comprendo che non tutti saranno di questo parere. Solamente vorrei evitare che ci si scontrasse sulla base di principi astratti e generali là dove invece siamo in una di quelle zone grigie dove è doveroso non entrare con giudizi apodittici.
Adozioni per single
MARINO – Ci sono poi altri problemi, connessi allo sviluppo della vita, in particolare alla cura che la società deve avere per i bambini che non hanno una famiglia. In questi casi si apre la possibilità e l’utilità, anzi quasi la necessità di un’adozione. Oggi in Italia le adozioni non sono ammesse per i single e, più in generale, la legislazione è molto complessa e rende difficile ogni tipo di adozione. Mi chiedo se, dal punto di vista etico, sia preferibile che un bambino orfano o abbandonato dai genitori passi la vita in un istituto o sulla strada piuttosto che avere una famiglia composta da un solo genitore? Siamo sicuri che sia questa la strada giusta per garantire la migliore crescita possibile a quel bambino?
Del resto, se un genitore rimane vedovo, anche alla nascita del primo figlio, nessuno pensa che il bambino non debba continuare a vivere nel suo nucleo familiare anche se il genitore è solo uno. O ancora, la Chiesa sostiene che in presenza di un feto, in qualunque circostanza si debba invitare la donna a portare a termine la gravidanza, anche se il padre è assente o contrario, e quindi si tratterà di sostenere una madre che nei fatti sarà single. Perché allora non sostenere anche le adozioni per i single, una volta accertata la motivazione, i mezzi e le capacità del potenziale genitore di assicurare una crescita serena al bambino adottato?
MARTINI – Lei si pone domande serie e ragionevoli su un tema complesso, sul quale non ho sufficiente esperienza. Ma penso che il punto di partenza è la condizione che lei esprime in chiusura. Occorre cioè assicurare che chi si prende cura del bambino adottato abbia le giuste motivazioni e abbia anche i mezzi e le capacità per assicurarne una crescita serena.
Chi è in tale condizione? Certamente anzitutto una famiglia composta da un uomo e una donna che abbiano saggezza e maturità e che possano assicurare una serie di relazioni anche intrafamiliari atte a far crescere il bambino da tutti i punti di vista. In mancanza di ciò è chiaro che anche altre persone, al limite anche i single, potrebbero dare di fatto alcune garanzie essenziali. Non mi chiuderei perciò a una sola possibilità, ma lascerei ai responsabili di vedere quale è la migliore soluzione di fatto, qui e adesso, per questo bambino o bambina. Lo scopo è di assicurare il massimo di condizioni favorevoli concretamente possibili. Perciò, quando è data la possibilità di scegliere, occorre scegliere il meglio.
Aborto
MARINO – Uno dei temi più difficili da affrontare, su cui ci si interroga in continuazione proprio per la sua delicatezza e complessità, è l’aborto. In Italia, lo Stato ha regolato la materia, sforzandosi di coniugare il principio dell’autodeterminazione delle donne con la libertà di coscienza dei medici che possono scegliere l’obiezione.
In questi anni in Italia abbiamo potuto constatare gli effetti della legislazione sull’aborto. Per quanto ciascuno di noi riconosca che l’aborto costituisce sempre una sconfitta, nessuno può negare che la legge ha permesso di ridurre il numero complessivo degli aborti e di tenere sotto controllo quelli clandestini, evitando di mettere a rischio la vita delle donne esposte a gravi disastri come le perforazioni dell’utero fatte dalle “mammane” per indurre l’aborto. Di fronte a casi estremi come una donna che ha subito una violenza, una gravidanza in un’adolescente di undici o dodici anni, una donna senza le possibilità economiche di allevare un bambino, come si pone la Chiesa? Se si ammette il principio della scelta del male minore e, come suggerisce la Chiesa cattolica, quello di affidare la risposta all’intimo della propria coscienza (“conscientia perplexa”: quella condizione in cui un uomo o una donna a volte si trovano ad affrontare situazioni che rendono incerto il giudizio morale e difficile la decisione), non sarebbe eticamente corretto spiegare apertamente questo punto di vista? E sostenerlo anche pubblicamente?
MARTINI – Il tema è molto doloroso e anche molto sofferto. Certamente bisogna anzitutto voler fare tutto quanto è possibile e ragionevole per difendere e salvare ogni vita umana. Ma ciò non toglie che si possa e si debba riflettere sulle situazioni molto complesse e diversificate che possono verificarsi e ragionare cercando in ogni cosa ciò che meglio e più concretamente serve a proteggere e promuovere la vita umana. Ma è importante riconoscere che la prosecuzione della vita umana fisica non è di per sé il principio primo e assoluto. Sopra di esso sta quello della dignità umana, dignità che nella visione cristiana e di molte religioni comporta una apertura alla vita eterna che Dio promette all’uomo. Possiamo dire che sta qui la definitiva dignità della persona. Anche chi non avesse questa fede, potrebbe però comprendere l’importanza di questo fondamento per i credenti e il bisogno comunque di avere delle ragioni di fondo per sostenere sempre e dovunque la dignità della persona umana.
Le ragioni di fondo dei cristiani stanno nelle parole di Gesù, il quale affermava che “la vita vale più del cibo e il corpo più del vestito” (cfr Matteo 6,25), ma esortava a non avere paura “di quelli che uccidono il corpo, ma non hanno potere di uccidere l’anima” (cfr Matteo 10,28). La vita fisica va dunque rispettata e difesa, ma non è il valore supremo e assoluto. Nel vangelo secondo Giovanni Gesù proclama: “Io sono la risurrezione e la vita: chi crede in me, anche se muore, vivrà” (Giovanni 6,25). E san Paolo aggiunge: “Io ritengo che le sofferenze del momento presente non sono paragonabili alla gloria futura che dovrà essere rivelata in noi” (Romani 8, 18). V’è dunque una dignità dell’esistenza che non si limita alla sola vita fisica, ma guarda alla vita eterna.
Ciò posto, mi sembra che anche su un tema doloroso come quello dell’aborto (che, come lei dice, rappresenta sempre una sconfitta) sia difficile che uno stato moderno non intervenga almeno per impedire una situazione selvaggia e arbitraria. E mi sembra difficile che, in situazioni come le nostre, lo stato non possa non porre una differenza tra atti punibili penalmente e atti che non è conveniente perseguire penalmente. Ciò non vuol dire affatto “licenza di uccidere”, ma solo che lo stato non si sente di intervenire in tutti i casi possibili, ma si sforza di diminuire gli aborti, di impedirli con tutti i mezzi soprattutto dopo qualche tempo dall’inizio della gravidanza, e si impegna a diminuire al possibile le cause dell’aborto e a esigere delle precauzioni perché la donna che decidesse comunque di compiere questo atto, in particolare nei tempi non punibili penalmente, non ne risulti gravemente danneggiata nel fisico fino al pericolo di morte. Ciò avviene in particolare, come lei ricorda, nel caso degli aborti clandestini, e quindi è tutto sommato positivo che la legge abbia contribuito a ridurli e tendenzialmente a eliminarli.
Comprendo che in Italia, con l’esistenza del Servizio Sanitario Nazionale, ciò comporta una certa cooperazione delle strutture pubbliche all’aborto. Vedo tutta la difficoltà morale di questa situazione, ma non saprei al momento che cosa suggerire, perché probabilmente ogni soluzione che si volesse cercare comporterebbe degli aspetti negativi. Per questo l’aborto è sempre qualcosa di drammatico, che non può in nessun modo essere considerato come un rimedio per la sovrapopolazione, come mi pare avvenga in certi paesi del mondo.
Naturalmente non intendo comprendere in questo giudizio anche quelle situazioni limite, dolorosissime anch’esse e forse rare, ma che possono presentarsi di fatto, in cui un feto minaccia gravemente la vita della madre. In questi e simili casi mi pare che la teologia morale da sempre ha sostenuto il principio della legittima difesa e del male minore, anche se si tratta di una realtà che mostra la drammaticità e la fragilità della condizione umana. Per questo la Chiesa ha anche dichiarato eroico ed esemplarmente evangelico il gesto di quelle donne che hanno scelto di evitare qualunque danno recato alla nuova vita che portano in seno, anche a costo di rimetterci la vita propria.
Non riesco invece ad applicare tale principio della legittima difesa e/o del male minore agli altri casi estremi da lei ipotizzati, né mi avvarrei del principio della “conscientia perplexa”, che non so bene che cosa significa. Mi pare che anche nei casi in cui una donna non può, per diversi motivi, sostenere la cura del suo bambino, non devono mancare altre istanze che si offrono per allevarlo e curarlo. Ma in ogni caso ritengo che vada rispettata ogni persona che, magari dopo molta riflessione e sofferenza, in questi casi estremi segue la sua coscienza, anche se si decide per qualcosa che io non mi sento di approvare.
Compensi per la donazione di organi?
MARINO – C’è un argomento che mi tocca da vicino, dato che da più di venticinque anni mi occupo di trapianti di organo. Grazie ai trapianti oggi migliaia di persone, altrimenti destinate a morte certa, guariscono e conducono un’esistenza piena da tutti i punti di vista. Il limite principale ad una maggiore diffusione di questa terapia è legato all‘insufficiente numero di donazioni e quindi di organi da trapiantare, e di conseguenza molte persone muoiono in lista d’attesa.
Per aumentare il numero di donatori, in alcuni paesi e principalmente in Gran Bretagna, è stata avanzata l’ipotesi di stabilire un compenso per le famiglie che accettano di donare gli organi del proprio parente dopo la morte. Il dubbio è se sia eticamente corretto proporre vantaggi materiali o denaro in cambio della donazione degli organi. Si potrebbe in questo modo probabilmente aumentare il numero delle donazioni e dei trapianti e rispondere così alle esigenze dei malati che attendono in lista un organo che salverà loro la vita. Eppure questa ipotesi contiene in se il presupposto per un comportamento non equo. Non si rischia di instaurare una situazione in cui solo i meno abbienti, incentivati da un compenso, saranno disposti a donare gli organi mentre i più ricchi si limiteranno a riceverli? E la donazione, proprio in quanto tale, non dovrebbe sempre e solo basarsi sul principio dell’uguaglianza?
MARTINI – Personalmente sento molto ciò che lei afferma in conclusione, cioè l’importanza del principio dell’uguaglianza e i pericoli gravissimi di una ipotesi di retribuzione per gli organi. Mi pare che la strada è invece quella di propagandare il più possibile il principio della donazione e far crescere la coscienza collettiva su questo punto. C’è davvero da auspicare che non vi sia più chi muoia in lista d’attesa, mentre vi sono organi disponibili.
Hiv e Aids
MARINO – La questione dell’uguaglianza ci porta direttamente ad interrogarci su problemi e malattie che affliggono milioni di persone in tutto il mondo, soprattutto nei paesi più poveri e svantaggiati per i quali l’idea di uguaglianza rimane un sogno molto lontano se non una mera utopia. Come non pensare subito all’Aids? Circa 42 milioni di persone nel mondo sono portatrici del virus dell’Hiv. Nel solo 2005 secondo i dati riferiti dalle agenzie dell’Onu, 3 milioni di persone sono morte di Aids mentre si sono registrati 5 milioni di nuovi infetti. Il 60 per cento dei portatori del virus vive nei paesi più poveri dell’Africa Sub-Sahariana, con un’incidenza media nella popolazione tra il 5 e il 10 per cento e punte che arrivano sino al 25-30 per cento in alcuni paesi come il Botswana o lo Zimbabwe.
L’Hiv è la piaga di un continente che genera non solo ammalati ma orfani, povertà, impossibilità di migliorare le condizioni di vita. Nel mondo occidentale, oggi il virus viene tenuto sotto controllo grazie ai progressi nelle terapie farmacologiche che permettono ad un sieropositivo di condurre un’esistenza del tutto normale, con un’aspettativa di vita paragonabile a quella delle persone non affette dal virus. Fino a pochi anni fa, il costo annuale per i farmaci di una persona sieropositiva si aggirava intorno a dieci mila euro, una cifra proibitiva che poteva essere sostenuta soltanto dai paesi dove era presente un sistema sanitario nazionale. Oggi i prezzi, in regime di concorrenza, hanno subito un crollo, fino ad attestarsi a metà 2003 su 700 euro per i farmaci di marca (prodotti dalle multinazionali farmaceutiche) e intorno a 200 euro per i generici di fabbricazione indiana, brasiliana e tailandese. Nonostante questi importanti passi avanti, in molti paesi africani la spesa procapite in sanità non supera i 10 dollari l’anno per cui, nei fatti, l’accesso ai farmaci e alle terapie per contrastare l’Aids è negato e il virus continua a diffondersi.
Sappiamo che l’Aids si può in parte contrastare con la prevenzione e l’utilizzo dei profilattici.
Come è accettabile non promuovere l’utilizzo del profilattico per contribuire a controllare la diffusione del virus? È o non è un dovere dei governi fare scelte e prendere decisioni su questo tema? E, rispetto alla dottrina ufficiale della Chiesa cattolica, non si tratterebbe comunque di optare per un male minore e contribuire alla salvezza di tante vite umane?
MARTINI – Le cifre che lei cita destano smarrimento e desolazione. Nel nostro mondo occidentale è assai difficile rendersi conto di quanto si soffra in certe nazioni. Avendole visitate personalmente, sono stato testimone di questa sofferenza, sopportata per lo più con grande dignità e quasi in silenzio.
Bisogna fare di tutto per contrastare l’Aids. Certamente l’uso del profilattico può costituire in certe situazioni un male minore. C’è poi la situazione particolare di sposi uno dei quali è affetto da Aids. Costui è obbligato a proteggere l’altro partner e questi pure deve potersi proteggere. Ma la questione è piuttosto se convenga che siano le autorità religiose a propagandare un tale mezzo di difesa, quasi ritenendo che gli altri mezzi moralmente sostenibili, compresa l’astinenza, vengano messi in secondo piano, mentre si rischia di promuovere un atteggiamento irresponsabile. Altro è dunque il principio del male minore, applicabile in tutti i casi previsti dalla dottrina etica, altro è il soggetto cui tocca esprimere tali cose pubblicamente. Credo che la prudenza e la considerazione delle diverse situazioni locali permetterà a ciascuno di contribuire efficacemente alla lotta contro l’Aids senza con questo favorire i comportamenti non responsabili.
Ma credo che è giunto il momento per il nostro dialogo di passare ad un’altra serie di problemi che riguardano la vita, e precisamente quelli che si riferiscono alla fine di essa. È necessario vivere con dignità, ma per questo morire anche con dignità. Ora, come lei sa, qui si pongono, soprattutto in Occidente, problemi molto gravi.
La fine della vita
MARINO – Lei pensa certamente anzitutto all’eutanasia, una parola attorno a cui si crea sempre molta confusione attribuendole diversi significati. Per questo preferisco non parlare in astratto, ma esprimermi in maniera molto concreta. Si può o no ammettere che una persona induca volontariamente la morte di un’altra, sebbene gravemente ammalata e in preda a dolori fisici devastanti, per alleviare questo dolore? Di fronte a una situazione irreversibile in cui la morte è inevitabile, ritengo sia assolutamente necessaria la somministrazione di farmaci come la morfina, che alleviano il dolore e accompagnano il malato con maggiore tranquillità nel passaggio dalla vita alla morte. È quanto viene fatto, in queste drammatiche circostanze, in tutte le rianimazioni negli Stati Uniti. Io stesso, pur soffrendone perché un medico vorrebbe sempre poter salvare la vita dei suoi pazienti, lavorando negli Stati Uniti ho deciso diverse volte di sospendere tutte le terapie. È un momento doloroso per la famiglia e, le assicuro, anche per il medico ma è una onesta accettazione che non si può fare più nulla se non evitare di prolungare sofferenze inutili e lesive della dignità del paziente. L’Italia è ancora gravemente carente in proposito, in assenza di una legge che regolamenti la materia al punto che se io eseguissi lo stesso tipo di procedimento nel nostro paese potrei essere arrestato e condannnato per omicidio, mentre si tratta solo di non accanirsi con terapie senza senso.
Non sono invece d’accordo nel somministrare una sostanza velenosa per provocare l’arresto del cuore del malato e quindi indurre la morte. E, pur condannando il gesto, non sono tuttavia certo che si possa condannare la persona che lo compie. Faccio un esempio: in un recente film vincitore del premio Oscar, dal titolo “One Million Dollar Baby”, viene descritto il dramma di una donna ridotta in stato semivegetativo dopo un grave incidente sportivo, che chiede ad un uomo, il suo principale punto di riferimento nella vita, di aiutarla a porre fine alla sua sofferenza fisica e psicologica. L’uomo inizialmente rifiuta poi accetta perché ritiene che quello sia un atto d’amore estremo verso l’essere umano a cui si tiene di più. Pur non riuscendo a giustificare l’idea della soppressione di una vita, mi chiedo, in situazioni simili, come si può condannare il gesto di una persona che agisce su richiesta di un ammalato e per puro sentimento d’amore? E d’altra parte è lecito ammettere il principio di non condannare una persona che uccide?
MARTINI – Sono d’accordo con lei che non si può mai approvare il gesto di chi induce la morte di altri, in particolare se è un medico, che ha come scopo la vita del malato e non la morte. Neppure io tuttavia vorrei condannare le persone che compiono un simile gesto su richiesta di una persona ridotta agli estremi e per puro sentimento di altruismo, come pure quelli che in condizioni fisiche e psichiche disastrose lo chiedono per sé.
D’altra parte ritengo che è importante distinguere bene gli atti che arrecano vita da quelli che arrecano morte. Questi ultimi non possono mai esser approvati. Ritengo che su questo punto debba sempre prevalere quel sentimento profondo di fiducia fondamentale nella vita che, malgrado tutto, vede un senso in ogni momento dell’esistere umano, un senso che nessuna circostanza per quanto avversa può distruggere.
So tuttavia che si può giungere a tentazioni di disperazione sul senso della vita e a ipotizzare il suicidio per sé o per altri, e perciò prego anzitutto per me e poi per gli altri perché il Signore protegga ciascuno di noi da queste terribili prove. In ogni caso è importantissimo lo star vicino ai malati gravi, soprattutto nello stato terminale e far sentire loro che si vuole loro bene e che la loro esistenza ha comunque un grande valore ed è aperta a una grande speranza. In questo anche un medico ha una sua importante missione.
Accanimento terapeutico e interruzione delle terapie
MARINO – Connesso con questo tema è quello dell’accanimento terapeutico. La tecnologia attuale è in grado di mantenere in vita malati che fino a pochi anni fa non venivano nemmeno condotti in un reparto di rianimazione. Il progresso scientifico permette di prolungare artificialmente anche la vita di una persona che ha perso ogni speranza di ritrovare una condizione di salute accettabile. Per questo appare urgente affrontare il problema dell’interruzione delle terapie.
Ogni forma di accanimento terapeutico andrebbe evitata perché contrasta con il rispetto della dignità umana. Per la Chiesa, la sospensione delle terapie viene considerata come accettazione di un fatto naturale, di non accanirsi più. Il Catechismo della Chiesa cattolica dice:
“L’interruzione di procedure mediche onerose, pericolose, straordinarie o sproporzionate rispetto ai risultati attesi può essere legittima. In tal caso si ha la rinuncia all'accanimento terapeutico. Non si vuole così procurare la morte: si accetta di non poterla impedire. Le decisioni devono essere prese dal paziente, se ne ha la competenza e la capacità, o, altrimenti, da coloro che ne hanno legalmente il diritto, rispettando sempre la ragionevole volontà e gli interessi legittimi del paziente”.
Esistono strumenti legali, come il testamento biologico, che permettono al singolo individuo di indicare con precisione, e in un momento di tranquillità emotiva, fino a che punto si desidera accettare il ricorso a terapie straordinarie. Il testamento biologico rappresenta uno strumento molto valido per aiutare il medico e la famiglia a prendere la decisione finale. Dovrebbe basarsi su regole flessibili e indicare anche una persona di fiducia in grado di interpretare le volontà di quell’individuo tenendo conto degli ulteriori progressi della scienza.
Molti paesi lo hanno adottato con buoni risultati. In Italia un disegno di legge è stato presentato al senato da molto tempo ma attende ancora di essere discusso. Non sarebbe il momento di avviare una riflessione seria e condivisa per introdurre al più presto anche nel nostro paese una legislazione in merito alla fine della vita, cioè a uno dei momenti più importanti della nostra esistenza?
MARTINI – Il testo da lei citato del Catechismo della Chiesa cattolica mi pare esauriente al proposito. Se si volesse legiferare su questo punto è però importante che non si introducano aperture alla cosiddetta eutanasia di cui abbiamo parlato sopra. Per questo sono incerto anche sullo strumento del testamento biologico. Non ho studiato l’argomento e non saprei dare un parere decisivo. Ritengo con lei che una riflessione seria e condivisa sulla fine della vita potrebbe essere utile, purché sia appunto seria e condivisa e non si presti a speculazioni di parte e soprattutto non introduca in qualche modo aperture a quella decisione sulla propria morte che ripugna al senso profondo del bene della vita, come sopra si è detto.
La scienza e il senso del limite
MARINO – In conclusione, vorrei proporre una riflessione più generale. La conoscenza, il progresso scientifico, l’avanzamento tecnologico creano straordinarie opportunità di crescita per il nostro pianeta ma allo stesso tempo mettono nelle mani di ricercatori e scienziati un grande potere, legato al fatto di essere in grado di intervenire sui meccanismi che regolano l’inizio della vita e la sua fine.
La scienza corre più veloce del resto della società e anche dei parlamenti, incaricati di fissare delle regole ma il più delle volte incapaci di intervenire tempestivamente.
A mio modo di vedere andrebbe richiesta con fermezza un’assunzione di responsabilità da parte di ogni scienziato coinvolto in un campo della ricerca che interviene sull’essenza della vita, sulla sua creazione e sulla sua fine. Fermo restando che la valutazione razionale è indispensabile, l’arbitrio del ricercatore dovrebbe essere disciplinato anche dal senso di responsabilità bilanciato dalla valutazione dei rischi e delle conseguenze.
Non si tratta di appellarsi alla fede o alla religione ma di puntare su una presa di coscienza da parte di ogni scienziato. Questo non significa voler arrestare il progresso scientifico ma preservare e rispettare il nostro bene più prezioso, ovvero la vita.
Ma la storia purtroppo ci insegna che l’appello alla responsabilità individuale a volte non basta. Per questo gli scienziati devono fornire ogni informazione utile e alla fine dovrebbero essere i parlamenti, o meglio le istituzioni sovranazionali, a fissare le regole sulla base del comune sentire dei cittadini.
MARTINI – Tutti siamo pieni di meraviglia e di stupore, e quindi anche grati a Dio, per il formidabile progresso scientifico e tecnologico di questi anni che permette e permetterà sempre più e meglio di provvedere alla salute della gente. Insieme siamo consci, come lei dice, del grande potere che è nelle mani di ricercatori e di scienziati e della ferma assunzione di responsabilità che deve permettere ad essi di ricercare sempre valutando i rischi e le conseguenze delle loro azioni. Esse devono sempre contribuire al bene della vita e mai al contrario.
Per questo occorre anche talora sapersi fermare, non varcare il limite. Io sono inclinato a nutrire fiducia nel senso di responsabilità di questi uomini e vorrei che avessero quella libertà di ricerca e di proposta che permette l’avanzamento della scienza e della tecnica, rispettando insieme i parametri invalicabili della dignità di ogni esistenza umana. So anche che non si può fermare il progresso scientifico, ma lo si può aiutare ad essere sempre più responsabile. Come lei dice, non si tratta di appellarsi alla fede o alla religione, ma di puntare sul senso etico che ciascuno ha dentro di sé.
Certamente anche leggi buone e tempestive possono aiutare, ma come lei afferma, la scienza corre oggi più veloce dei parlamenti. Si esige quindi un soprassalto di coscienza e un di più di buona volontà per far sì che l’uomo non divori l’uomo, ma lo serva e lo promuova. Anche le istituzioni sovranazionali debbono prender coscienza del pericolo che tutti corriamo e del bisogno di interventi tempestivi e responsabili. In tutta questa materia occorre che ciascuno faccia la sua parte: gli scienziati, i tecnici, le università e i centri di ricerca, i politici, i governi e i parlamenti, l’opinione pubblica e anche le Chiese.
Per quanto riguarda la Chiesa cattolica, vorrei sottolineare soprattutto il suo compito formativo. Essa è chiamata a formare le coscienze, a insegnare il discernimento del meglio in ogni occasione, a dare le motivazioni profonde per le azioni buone. A mio avviso non serviranno tanto i divieti e i no, soprattutto se prematuri, anche se bisognerà qualche volta saperli dire. Ma servirà soprattutto una formazione della mente e del cuore a rispettare, amare e servire la dignità della persona in ogni sua manifestazione, con la certezza che ogni essere umano è destinato a partecipare alla pienezza della vita divina e che questo può richiedere anche sacrifici e rinunce.
Non si tratta di oscillare tra rigorismo e lassismo, ma di dare le motivazioni spirituali che inducono ad amare il prossimo come se stessi, anzi come Dio ci ha amato e anche a rispettare e ad amare il nostro corpo. Come afferma san Paolo, il corpo è per il Signore e il Signore è per il corpo. Il nostro corpo è tempio dello Spirito Santo che è in noi e che abbiamo da Dio: perciò non apparteniamo a noi stessi e siamo chiamati a glorificare Dio nel nostro corpo, cioè nella totalità della nostra esistenza su questa terra (cfr 1 Corinti 6,13.19-20).
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Per un confronto tra le posizioni del cardinale Martini e quelle del Catechismo della Chiesa Cattolica, vedi, nello stesso Catechismo, i paragrafi sull'aborto e l'intangibilità della vita del concepito (2270-2275), l'eutanasia (2276-2279), la fecondazione artificiale (2374-2379):
http://.www.vatican.va/archive/ITA0014/_INDEX.HTM
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Per un confronto tra le posizioni del cardinale Martini e quelle recentemente espresse da Benedetto XVI su un tema toccato da entrambi, vedi il discorso pronunciato dal papa al congresso su “L'embrione umano nella fase del preimpianto”:> Benedetto XVI alla Pontificia Accademia per la Vita, 27 febbraio 2006 http://.www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20060227_embrione-umano_it.html
In esso il papa ha detto:
“L'amore di Dio non fa differenza fra il neoconcepito ancora nel grembo di sua madre, e il bambino, o il giovane, o l'uomo maturo o l'anziano. Non fa differenza perché in ognuno di essi vede l'impronta della propria immagine e somiglianza (Genesi 1,26). Non fa differenza perché in tutti ravvisa riflesso il volto del suo Figlio Unigenito, in cui 'ci ha scelti prima della creazione del mondo, predestinandoci a essere suoi figli adottivi secondo il beneplacito della sua volontà' (Efesini 1,4-6). Questo amore sconfinato e quasi incomprensibile di Dio per l'uomo rivela fino a che punto la persona umana sia degna di essere amata in se stessa, indipendentemente da qualsiasi altra considerazione – intelligenza, bellezza, salute, giovinezza, integrità e così via”._________
Circa la prevenzione dal contagio dell'Aids, vedi il discorso rivolto da Benedetto XVI a un gruppo di vescovi africani in visita “ad limina”, il 10 giugno 2005:> Ai vescovi di Sudafrica, Botswana, Swaziland, Namibia e Lesotho http://.212.77.1.245/holy_father/benedict_xvi/speeches/2005/june/documents/hf_ben-xvi_spe_20050610_ad-limina-south-africa_it.html In esso il papa ha detto:
“L'insegnamento tradizionale della Chiesa ha dimostrato di essere l'unico modo intrinsecamente sicuro per prevenire la diffusione dell'Hiv/Aids. Per questo motivo l'affetto, la gioia, la felicità e la pace procurati dal matrimonio cristiano e dalla fedeltà, così come la sicurezza della castità, devono essere continuamente presentati ai fedeli, soprattutto ai giovani”.
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In questo sito, sull'impegno della Chiesa nella disputa sulla fecondazione artificiale, in Italia:
> Come l’Italia ha votato il 12 giugno. Chi ha perso e perché (24.6.2005) http://.www.chiesa.espressonline.it/dettaglio.jsp?id=34501
> Benvenuto embrione. Al referendum Ruini vince e detta legge (16.6.2005) http://.www.chiesa.espressonline.it/dettaglio.jsp?id=33525
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