Perdón el retraso, pero sirva para el próximo Pentecostés...
La razón está en la naturaleza misma de esta celebración: Pentecostés es una fiesta biblica antiquísima, la fiesta judía de las cosechas (Ex 3,14ss), a la cual Dios quiso llevar a plenitud otorgando ese día la gran cosecha: El Espíritu Santo inhabitando en su Iglesia (Hech 2,1ss).
No es por tanto una fiesta en la que se celebra un nuevo comienzo (como en Navidad o en Pascua), sino que algo llega a su plenitud y resultado: se acaban los 50 días del tiempo pascual y se recoge el fruto de él.
Una octava oscurecería este sentido tan propio de esta fiesta, y queriendo destacarla, la aislaría de su sitio natural: ser la corona de la Pascua.
De todos modos, las octavas no son un simple destaque de la importancia de una fiesta: la octava de Navidad puede considerarse de esa manera, pero en cambio la de Pascua no es solamente más destacada, es realmente un día extendido en ocho: cada día se repite la misma misa y se dice que ese es el día en que el Señor resucitó. Místicamente salimos de nuestro tiempo cronológico y nos trasladamos al tiempo celestial sin duración.