La traducción de cualquier idioma a otro, incluso entre idiomas muy cercanos, implica tomar decisiones de qué trasvasar del original, y qué dejar de lado. No existe ningún concepto en un idioma que sea 100% equivalente al mismo concepto en otro, cada palabra lleva consigo no sólo las asépticas denotaciones que indica el diccionario, sino también las experiencias históricas de los hablantes que usan esas mismas palabras y con ellas moldean la realidad que los rodea y sus propias vidas.
Pero esto es mucho más difícil y delicado cuando los idiomas de origen y de destino no están siquiera emparentados, como pasa entre el hebreo y el griego.
Hay que reconocer que los judíos de habla griega hicieron un sincero, y también titánico, esfuerzo desde el siglo III a.C. en pensar sus textos sagrados hebreos en la lengua griega (versión de los LXX, por ejemplo), y en ese sentido le allanaron mucho el camino a la primera Iglesia, que tuvo que traducir la predicación de Jesús —con toda probabilidad en arameo popular— al griego común que se hablaba en la mayor parte del sector oriental del Imperio Romano.
Es verdad que cuando nosotros venimos del griego al español, tenemos nuevamente problemas de trasvasamiento, incluso aunque el griego sea un idioma pariente (lejano) del nuestro, pero nuestro problema es doble: ¿qué habrá querido decir Jesús en su idioma? ¿qué matices del griego debo conservar y cuáles puedo dejar de lado? En este complejo proceso, puede ser que no terminemos de acertar con la traducción exacta, o que simplemente el uso original requiera de explicaciones accesorias, que no se reflejan en el texto simplemente traducido. A veces la nota al pie es verdaderamente imprescindible.
Y a esto se suma un problema aún mayor: ¿quién leerá esa traducción? ¿qué nivel de comprensión tendrá de las palabras de Jesús? ¿y su propia experiencia religiosa, cómo dialogará con esas palabras? Hay traducciones más populares que otras, es decir, dichas con más llaneza, que llegan más fácilmente a todos los lectores, aunque muchas veces a costa de la precisión. A veces en la traducción litúrgica, por ejemplo, en la que hay que llegar a todos, hay que renunciar un poco a la exactitud conceptual, para que se entienda mejor, pero los límites no siempre son claros, no cualquier renuncia vale.
Voy a poner un ejemplo:
En el Magníficat, san Lucas pone en boca de la Virgen María las siguientes palabras (Lc 1,46-47):
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la tapéinosis de su esclava....»
Podemos asumir que el original de este poema es en griego, es decir, es una composición lucana, no una traducción de una grabación de lo que haya dicho la Virgen en esa situación, así que no tenemos más de un idioma implicado: el griego. Aunque es un griego muy peculiar: es un griego semitizante, que intenta imitar el griego de la traducción de los LXX, en este específico caso, de la composición del Cántico de Ana de 1S 2,1ss
Así que sencillo no es.
En este contexto, hay que averiguar qué querrá decir "tapéinosis". Literalmente es "humillación", "bajeza". Ese significado va muy bien con el poema: Dios miró a aquella que era despreciada y la exaltó, elevándola sobre los que se creían más agraciados. Eso va muy bien en el contexto de Ana, en 1Samuel, porque Ana es estéril, y sufre frente a la otra esposa de su marido, que le ha dado hijos. Pero, ¿y en la Virgen? ¿qué humillación puede haber allí?
Entonces probamos con "humildad", un sentido secundario pero posible de la palabra: «porque ha mirado la humildad de su esclava....», ah, ahora sí: la Virgen es humilde, sin duda.... pero espera: la humildad es una virtud, ¿estamos diciendo que Dios miró que su esclava era virtuosa y por eso la escogió? ¡Entonces estamos diciendo lo contrario que el cántico original! El Magníficat es un canto a la gracia divina, a la gracia que obra gratuitamente, que "primerea", para usar ese bello verbo acuñado por Papa Francisco: no la eligió porque era humilde, la eligió sin que tuviera ningún mérito propio, y por eso llega a ser humilde...
Así que ninguno de los dos sentidos parece muy correcto. "Eppur si muove..." san Lucas puso "tapeinosis", así que eso es lo que él quiso decir.
En este caso creo que la mejor traducción es "humillación", precisamente para evitar la connotación que en español tiene la palabra "humildad", que es una virtud. Lo cierto es que la humildad es una virtud sólo porque ha habido varios siglos de cristianismo, en la cultura natural la humildad no es ninguna virtud, al contrario, el ser humano debe demostrar su valor y alardear de él, así que para san Lucas, incluso aunque él hubiera querido decir "humildad", no lo decía aún como virtud, sino como abajamiento del valor de la persona, es decir, como "humillación". Y a esto hay que sumar que en el AT no hay ningún aprecio por la virginidad de la mujer como estado perpetuo ni como elección de vida, más bien al contrario: una mujer que muere virgen se ha perdido la vida entera, cuyo valor (para la concepción bíblica antigua) es tener hijos: "déjame dos meses para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras mi virginidad.", dice la hija de Jefté cuando sabe que morirá sin poder casarse (Jue 11,37). La virginidad sólo valía por la expectativa del matrimonio, no en sí misma, por tanto que una chica como la Virgen estuviera embarazada sin haber completado el proceso de casamiento, pues es también toda una humillación. Así que aquí va también muy bien el sentido de "humillación", incluso aunque se trate de la Virgen María.
Es comprensible que la traducción litúrgica ponga "humildad", porque toda esta contextualización es difícil que la hagan todos los oyentes. Lo que ya no es comprensible es que traducciones no destinadas al uso litúrgico traduzcan "humildad", cuando es evidente que "humillación" se ajusta mejor al contexto.
¿Por qué lo hacen entonces? Lo que noto es que lo hacen siempre en la misma dirección, es decir, siempre en la dirección de convalidar lo que el lector católico corriente tiene precomprendido, evitándole que confronte sus creencias con lo que dice la Escritura. De esto hay muchos ejemplos:
-1Cor 9,5: "¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer hermana en la fe, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?", traduce de modo que parece que la mujer que llevan los otros fuera una asistente de sexo femenino y no una esposa, convalidando la falsa creencia popular de que los apóstoles eran todos célibes. El sentido de la expresión es "tener una esposa cristiana", algo que era normal en los primeros siglos cristianos para los obispos y misioneros.
-En Lc 16,8: la traducción litúrgica dice «Y el amo alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente». Puede valer como recurso para no escandalizar al oyente si se prevé un público de no mucha formación, pero el texto realmente dice «Y el kyrios alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente», es decir, el "señor", por tanto no queda claro si esa frase se refiere al amo de la parábola (que es llamado en ella "señor"), y por tanto la frase forma parte de la parábola, o se refiere al Señor Jesús, llamado normalmente Señor incluso antes de la resurrección por san Lucas, y la frase es un comentario del propio san Lucas una vez acabada la parábola. De hecho los Padres entendieron casi unánimemente que se refería al Señor Jesús, y por eso elaboraron tantas teorías interesantes para justificar cómo podría haber alabado el Señor a un administrador injusto. Todas esas elaboraciones se pierden con la suavización.
-Génesis 1,27: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó." El Génesis es deliberadamente chocante en este punto: se trata de "macho y hembra" (zajar uneqvá), no de "varón y mujer". Es admisible que en un contexto litúrgico y de predicación se quiera dejar preparada la Palabra para una buena homilía sobre el valor divino de la diversidad sexual, pero no se justifica semejante suavización en una traducción que sea para otros usos.
-La Carta a los Hebreos es un texto difícil, que contiene muchos lugares de traducción controvertible. Por ejemplo, un versículo bastante famoso, 10,39, citado de manera aislada, dice (versión litúrgica): «nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.» Casi se diría que sale de suyo la teología del "salva tu alma", ¿cómo alguien diría que la Escritura no manda que cada uno se preocupe ante todo por su propia salvación? El texto de Hebreos, sin embargo, dice:
«"Mi justo vivirá por la fe; mas si es cobarde, mi alma no se complacerá en él." Pero nosotros no somos cobardes para perdición, sino creyentes para cuidado (peripóiesis: preservación, cuidado) del alma.» (Hb 10,38-39)
En el texto no se habla de "salvar" (sodso), y lo que es más notable: se acaba de citar un texto de la Escritura donde Dios habla de su alma ("mi alma no se complacerá en él"), por tanto el sentido más probable del pasaje no es que a través de la fe yo salvo mi propia alma, sino que a través de la fe preservo el afecto que el alma de Dios tiene sobre mí... algo realmente distinto de un grotesco "salva tu alma". En la versión litúrgica se pierde todo el pasaje, porque traduce el v. 38 "mi justo vivirá por la fe, pero si se arredra le retiraré mi favor.", al quitar de allí la referencia al alma divina, se pierde todo el juego del versículo.
-Mc 2,15: «Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos...» dice la versión litúrgica española. Lo cierto es que el texto griego dice literalmente: "en te oikía autoú", literalmente: "en su casa". ¿A quién hace referencia ese posesivo? ¿de quién es la casa, de Leví o de Jesús? En el versículo anterior se mencionó a Leví, y podría ser que ese posesivo sea relativo a Leví, pero también el versículo anterior termina con un pronombre que hace referencia a Jesús ("levantándose [Leví] lo siguió"), así que no hay forma inmediata de resolver la cuestión. La tradición lo ha resuelto con Lc 5,29, que dice que "Leví ofreció un gran banquete en su casa". Pero no deja de ser tener que acudir a un evangelio para desambiguar el otro. No es que eso esté mal, lo malo es introducir en el texto de Marcos una solución que no es textual sino exegética. Creo que el prejuicio de fondo es que nadie vaya a entender que Jesús tuviera una casa... se nos cae todo el andamiaje encima si resulta que era un artesano pequeño propietario.
A ese tipo de microtergiversaciones, es decir, de pequeños cambios en la Palabra, pero que van todos en la misma dirección, yo los llamo ideológicos, no simples opciones de traducción que exploran en sentidos diversos de las lenguas de origen y de destino, sino formas de manipular la Palabra para que nunca nos haga vibrar más que lo calculado, que no nos pueda llevar a dudas o a tener que cambiar el andamiaje de nuestras definiciones y conceptos religiosos.
La verdad es que en el origen de esta cuestión no está solo —como quizá simplificadamente se podría pensar— el deseo de “controlar” que el gran público no “se confunda” (y por tanto no se desvíe de los cauces religiosos reconocidos), sino que, en muchos casos, es la propia presión del creyente medio la que pide que la Palabra no sea demasiado cuestionadora, que se amolde con facilidad a lo que “siempre hemos sabido” y al “siempre nos han dicho que”, lo cual no tiene que ver con la certeza de la fe, sino con la seguridad de no tener que pensar demasiado. La Palabra siempre informa y transforma; así que, si me da pereza ser transformado, quizá me venga mejor que no me informen.
En definitiva, la fidelidad a la Palabra implica dejarla hablar, aunque nos incomode. Las traducciones deben ser puentes, no filtros. Y puentes que nos cruzan hacia regiones nuevas del Espíritu.
Es verdaderamente triste ser un creyente que se sustrae —por culpa ajena o propia— al escrutinio de la Palabra, y también del escrutinio de la propia vida a la luz de una Palabra que nos trasciende a todos.