lfa & Omega, 19/03/06 - El proyecto que lleva a cabo el autor nació a partir de una llamada de socorro que las mismas Carmelitas misioneras publicaron en Alfa y Omega, hace ya algún tiempo. Hoy el proyecto avanza, pero se necesitan muchas ayudas
Terrible. Quizás ésta sea la mejor palabra que define el impacto sufrido al entrar en el hospital de las monjas carmelitas misioneras en Kapiri, al oeste de Malawi. Claro que mucho más terrible es la angustia de las madres que llenan el hospital, ocupando camas, suelos, pasillos…, con niños desnutridos, a punto de morir, o muriéndos de hambre.
Malawi es un país pobre, muy pobre.
No tiene industrias ni posibilidades de ellas, porque carece de materias primas de ciertos interés económico. La tierra es muy pobre también, y una de las zonas peores es donde se encuentra la Misión de Kapiri, con suelo muy poco fértil y arenoso.
Hace tres años hubo en Malawi una hambruna terrible. Cientos de personas se agolpaban entonces a las puertas del hospital, y las monjas carmelitas no podían dar abasto, no tenían suficiente comida para todos.
Un pequeño grupo de amigos atendimos entonces la llamada de socorro que nos llegó a través de Alfa y Omega, en un artículo de la hermana María José, entonces directora de la Misión. Además de llevar ayuda económica, conseguimos organizar –bajo la dirección de las monjas y el staff del hospital– el Proyecto Abwenzi (amistad, en chechewa, lengua hablada mayoritariamente en Malawi), que consiste básicamente en escoger a los más pobres de las aldeas vecinas y proporcionarles tierras, semillas, fertilizante y alimentos suficientes, convertirlos en agricultores, sacándolos de la miseria.
Este programa marcha muy bien, aumentando cada año en cien familias el número de beneficiarios, y ya son cuatrocientas las que han escapado de la pobreza
cultivando maíz y judías, y plantando numerosas papayas y mangos. Pero, desgraciadamente, la temporada pasada llovió poco, y muchos malawianos que todavía no han entrado en este Proyecto Abwenzi, y muchos más que vienen de lugares lejanos, acuden a la Misión con sus niños en brazos, pidiendo que no se les deje morir de hambre.
El poco maíz que hay está carísimo, y hace falta dinero urgente para socorrer a estas pobres madres que miran con dolor y esperanza a quienes se les acercan. Aunque parezca mentira, es verdad el auténtico disparate de que estos niños se hubieran salvado, y se salvarían muchos todavía, con sólo cinco euros al mes.
Acabamos de llegar de Kapiri, y nunca podremos olvidar lo que hemos visto: niños con cabezas enormes comparadas con sus esqueléticos cuerpos, estómagos inflados, con llagas en un cuerpo reseco, esperando los últimos momentos de su vida. Todos hemos contemplado cosas así en horribles fotos, reportajes de televisión…, pero visto de frente, ver ese sufrimiento de madres y niños, no se puede olvidar nunca. ¿Tenemos derecho a permanecer impasibles ante estas enormes tragedias?
La ayuda económica que ahora pedimos salvará muchas vidas inocentes, con seguridad de que el dinero enviado al hospital de la Misión de Kapiri llegará allí íntegramente, para el programa que han organizado las monjas, con la hermana Inmaculada a la cabeza, para comprar maíz, judías, etc., y, de este modo, lograr recuperar el cuerpo de estos niños y aliviar e enorme sufrimiento de sus madres.
Son estos niños que se están muriendo diariamente los que piden su ayuda.
Carlos Beamonte