e cumplen 70 años de la conversión del filósofo Manuel García Morente, lo que él mismo llamó El hecho extraordinario, acontecimiento vivido en su exilio de París «en la noche del 29 al 30 de abril de 1937, aproximadamente a las dos de la madrugada». El oratorio de Berlioz La infancia de Jesús le sumergió en una deliciosa paz. De repente sintió que Cristo estaba con él, en la habitación
«En el relojito de pared sonaron las doce de la noche. La noche estaba serena y muy clara. En mi alma reinaba una paz extraordinaria... Aquí hay un hueco en mis recuerdos tan minuciosos. Debí quedarme dormido. Mi memoria recoge el hilo de los sucesos en el momento en que me despertaba bajo la impresión de un sobresalto inexplicable. No puedo decir exactamente lo que sentía: miedo, angustia, aprensión, turbación, presentimiento de algo inmenso, formidable, inenarrable, que iba a suceder ya mismo. Me puse de pie tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de una lámpara eléctrica de esas diminutas, de una o dos bujías, en un rincón. Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada... Pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía... Y no podía caberme la menor duda de que era Él...
No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello, Él allí, durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo, que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía. Era como una suspensión de todo lo que en el cuerpo pesa y gravita, una sutileza tan delicada de toda mi materia, que dijérase no tenía corporeidad, como si yo todo hubiese sido transformado en un suspiro o céfiro o hálito. Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que emanaba de Él y que me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que tiene en sus brazos al niño. Pero sin ninguna sensación concreta de tacto...
En un pasaje de santa Teresa se describe algo parecido. Está en el capítulo 27 de la Vida...: una percepción sin sensaciones, una percepción puramente espiritual».
Más frecuente de lo sospechado
García Morente escribió este relato tres años después, de un tirón, en setenta cuartillas de letra bien apretada y bajo el título de El «Hecho Extraordinario». En la cuarta parte del texto, expone las consecuencias que aquel acontecimiento tuvo en su vida: «Podría quizá suponer que Dios, queriendo afianzar mi conversión con una gracia tan profunda que se me grabase inolvidablemente en mi alma, permitió que se produjese en mi mente ese fenómeno subjetivo cuyo recuerdo indeleble fuese capaz de ayudarme a perseverar victorioso frente a todas las asechanzas, dificultades e inconvenientes que por necesidad habían de oponerse a mi vocación... Hace ya más de tres años que aconteció. Desde entonces nada he vuelto a notar en mí que se parezca a lo que suele llamarse estados extraordinarios o sobrenaturales. Mi vida espiritual ha seguido un curso normal y robusto. He ofrecido a Dios todos los padecimientos morales que necesariamente mi conversión ha traído consigo, y que no han sido pocos. Siempre el recuerdo del Hecho ha constituido para mí un consuelo extraordinariamente eficaz, y me ha servido de escudo y me ha ayudado a triunfar en todas las dificultades y adversidades».
La lectura completa del relato nos hace ver que el acontecimiento fue un extraordinario regalo de Dios al que él consintió y supo recibir agradecido. Al describirlo, con el cuidado, la emoción y la claridad que transparentan sus páginas, hace también un regalo inapreciable a creyentes y no creyentes de esta época nuestra. Porque pone de manifiesto un hecho que, bajo formas diferentes, se sigue produciendo hoy con más frecuencia de la que sospechamos. Es una experiencia en cierto modo similar a la que muchos de los que hoy vuelven a la Iglesia, tras un período más o menos largo de alejamiento, están viviendo.
El relato de García Morente es todo un signo de los tiempos y un estímulo para la acción evangelizadora, pues cuando la indiferencia parece suponer la imposibilidad práctica de la comunicación del mensaje cristiano a nuestro mundo, Dios sale al paso de los hombres, al margen de nuestros esfuerzos y de nuestras tareas, llamando por su cuenta a las personas desde lo hondo de su corazón, lugar donde tal vez habíamos olvidado que habita, moviéndolas desde ahí a pedirnos razón de nuestra esperanza y dándonos a la vez razones para seguir esperando.
Alfa y Omega
Salvador Ros García
26/04/07